El proceso · 19 de noviembre de 2013

Antes de Alberto, hubo otros; y, según van las cosas, habrá más. Como ninguno de ellos fue un hasta aquí hemos llegado por parte de la mayoría, sólo pudimos tirar de nuestras fuerzas y esperar que lo necesariamente insuficiente se volviera suficiente para salvar a uno. Ya conocemos el proceso. Gritamos, hablamos, escribimos, nos manifestamos; buscamos palabras y brazos y esperamos que el ruido llame la atención.

Si pidiéramos calderilla en la calle, no sería distinto. Algo que desequilibre la balanza y cambie el día de un estómago o algo que desequilibre la balanza y anule una pena.

Para Alberto, la pena es un año de cárcel que, por sus circunstancias personales, de una enfermedad difícil, se podría convertir en pena de muerte. Es un peligro social, según un juez.

En las portadas de hoy, se anuncian más leyes contra la libertad de expresión, de reunión, de manifestación, de lo que supone pedir calderilla en ausencia del hasta aquí hemos llegado. Puede que ahora, al contemplar las consecuencias de su pasividad, la mayoría saque unas monedas o, mejor aún, rompa la baraja. Pero conjeturas al margen, esto es seguro: Alberto nos alcanzará de todas formas; como antes de Alberto, otros.


Madrid, noviembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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