Desde siempre · 1 de diciembre de 2013
Vuelve Tío Pepe. Botella, chaquetilla y sombrero cordobés; tan típicos de Madrid como los bailes zulúes y los gorros de piel de oso de la Foot Guard de Buckingham. Cada vez que se intenta quitar, salen folclóricos y periódicos de toda clase a hacer profesión de su ignorancia o sus ganas de mentir: que está desde 1935, que sobrevivió a la guerra, que es un símbolo desde siempre, cogorzas aparte. Pero el cartel actual no es de los tiempos de la República, sino del franquismo. Se instaló a principios de la década de 1950 y, desde siempre, coño, ejerce de monumento al yes very well fandango.Hace unos días, los medios lo enfatizaron de rebote al decir lo suyo, o sea, olé. Traducido, significa que el botellón regresa y que, por causas no explicadas ni falta que hace, pasará del edificio situado entre Alcalá y Carrera de olé y olé al sito entre Preciados y Carmen y olé. A los medios les encantan esas cosas. Notas entrañables, naturalmente apolíticas, como el bombero que salvó al gatito que se subió a una seta y la seta que dio sombra a un vagabundo. Además, la autoridad ha determinado que lo que es tradición, es cultura y, por ende, ¿mande?, cultura colectiva, así que a bailar, zapatear, dar palmas y ser felices con esa felicidad tan graciosa de las gentes del pueblo, que nunca rechazan un buen sarao.
En España hay dos tipos de decisiones gubernativas: las despóticas y las despóticas, divididas por natura en pequeñas y grandes. Desde siempre, las grandes no tienen remedio y las pequeñas –modelo Tío Pepe– no son para tanto, de donde se deduce que ninguna tiene importancia. Recuérdenlo cuando lo instalen en el edificio donde nunca estuvo y pase a estar allí desde siempre, coño, con todos los sentimientos a posteriori que mañana tendrán desde el Big-Bang. Un toro negro, una botellita de jerez. Ay señorito, qué emoción.
Madrid, diciembre.
— Jesús Gómez Gutiérrez