La tercera parte · 11 de junio de 2015
Una de las muchas ventajas de vivir en casas antiguas es que tienen cosas como claraboyas. La de mi dormitorio está un par de metros por encima de mi frente, huelga decir que si estoy tumbado. Y por esa claraboya, apenas entreabierta, llega el sonido de la lluvia y los truenos que hacen de trasfondo lejano lejano lejano y al final cercano en lo que es sin duda un sueño, del que excluyo su primera parte en esta anotación, de fecha jueves 11 de junio del año 2015.He encontrado un libro en un sofá, y lo he abierto. Es una novela gráfica de la década de 1930, una adaptación de una novela que reconozco enseguida y que estoy ojeando cuando aparece quien dice ser su autor, que no es su autor en absoluto, porque tiene la cara del Steinbeck joven y se presenta como John, en inglés. Me dice que es un regalo para una tía, y yo le creo porque ella me lo ha dicho (también excluiré esa escena, que es toda la segunda parte). Hablamos. Nos reímos de esto y aquello. Está bien informado de lo mío, pero me cita un fragmento que no recuerdo haber escrito y que, además, me parece una horterada monumental.
Entonces, se presenta el autor del fragmento y de la obra que lo rodea.
Por suerte, sólo ha oído monumental.
En consecuencia, se pone ancho tan ancho que casi nos echa del sofá, que ahora es un banco en el cementerio de una ermita semiderruida.
-Me halagas, amigo.
John lo saluda con afecto y declara que, de haber nacido dos siglos antes, le habría gustado ser como él. Para mi sorpresa, él me agradece el gran trabajo que hice al traducir su obra, que por supuesto desconozco y, como no sé por dónde salir, me disculpo por mi inglés y digo, en defensa del trabajo que no hice: Pero las palabras que hablan por la boca y las palabras que hablan por las manos no son las mismas. Y John dice: cierto. Y él dice: Muy cierto. Y John dice: aunque sé de algunas que hablan igual con la boca y con las manos. Y el asunto deriva en una competición de anécdotas sobre mujeres que gana él, el que no tiene nombre, porque habla antiguo como la claraboya, más sutil y más directo que nosotros.
La lluvia y los truenos se van a acercando.
No quiero que se acerquen.
Madrid, junio.
— Jesús Gómez Gutiérrez
Uf / La cortina