En la esquina · 8 de noviembre de 2007

«Nada hay más contrario al espíritu de Madrid que Moncloa. Años antes de conocer su historia, cuando no tenía datos ni fechas ni casi interés, pregunté quién fue el verdugo y me llevé la callada por respuesta. Preguntas de niños, silencios de mayores. «Arquitectura imperial», lo llamaban los propagandistas del régimen: imitación de falsificación de subversión de un estilo renacentista, el herreriano, como todo el franquismo era imitación de falsificación de subversión de símbolos, mitos y hechos. Pero es noviembre y la ciudad sigue.

»Lecturas de la semana: Vida e insólitas aventuras de soldado Iván Chonkin, de Vladimir Voinóvich. Luis Cernuda: el poeta en su leyenda, de Philip W. Silver. Las doce sillas, de Ilf y Petrov, mejor hoy que la primera vez. Thomas De Quincey en Confesiones de un inglés comedor de opio. El Calderón de Pasolini y un cierre doblemente recomendable por placentero y por el nombre al final del párrafo, que es de amigo: Poe, Galdós, Clarín, Hoffmann, Faulkner, Kafka en la Antología del cuento grotesco, de Araceli San Juan Otero y Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan.

»Encuentro de la semana: En una caja, sobreviviente de las mudanzas y de mi odio a los trastos, aparecen los folios azules que creí perdidos y veinticinco poemas que perderé esta misma noche. También hay billetes. De autobuses de Berlín y de Londres, del Metro de Lisboa que sólo tenía dos líneas y uno muy especial, de un autocar a Granada que se salió de la carretera. Como quedaba poco, un par de kilómetros, seguimos andando y tomamos el camino del Sacromonte. No sé cuántas veces habría estado en Granada, pero nunca había llegado al alba y a pie. Generalife, Alhambra, silencio, dijo el sol.

»En 1938, la Falange organizó un encuentro de arquitectos en Burgos. Pretendía sentar las bases estéticas del Estado nacional-sindicalista y encalló en la obviedad de Kant, que la belleza es símbolo de moral; en este caso, de la moral de una horda de obispos y matarifes. Cuando Moncloa quiso conquistar Madrid, descubrió que no podía y se quedó en la esquina, rodeada, como vestíbulo lejano del Valle de los Caídos. Porque la piedra no gana lo que los hombres pierden.»

Diario La Insignia (España, 8 de noviembre).


— Jesús Gómez Gutiérrez


Si les gusta lo que leen


/