Bravo · 27 de diciembre de 2013

Bueno, esto se acaba; hoy 27 y pronto 31 y después, esto que empieza. Ya sabemos cómo funciona. Por mi parte, digo que este año vi unas cuantas cosas que no quería ver; demasiada pobreza, demasiada desesperación, demasiada soledad, muchos golpes en la calle con azules armados por un proceso entero de deshumanización y muchos más silencios de los que puede soportar un país. En los huecos de mi empleo a destajo, hice lo que pude. El margen se estrecha y se estrecha; algún día será más pequeño que yo y la escasez dejará de aumentar, pero habrá dejado un vacío fuera de mí como lo deja por tantos de vosotros, porque eso es lo que pasa cuando se estrecha y se estrecha el margen de la gente hasta que en un país no quedan más que ellos –ellos, claro- y un vacío monumental donde tendría que haber voces, brazos, ideas, obras. Es así de fácil. Luego, el segmento socialsensible de la aristocracia se pregunta: ¿eh, qué pasa, no hay viento que hinche las velas? No, ni viento ni velas ni, por supuesto, barco. Y allá que van, solos en su mar de vacíos, mientras el resto buscamos tesoros y raspas en el fondo, entre pecios-lumpen y desahuciados y precarios y parados y algún poeta con la canana llena de arpones. Es duro, sí; menuda noticia. Así que, hoy 27 y pronto 31, perfectísimamente de espaldas a todo lo que emborronan los medios de esa realidad que no es ni vuestra ni mía o que es tan vuestra y tan mía que nos entra la risa al vernos reducidos a números y cuentos, también digo: bravo. En serio, bravo. No será mejor lo que empieza (de momento, será peor), pero hemos aprendido a saltar desde lo más alto de la Gran Vía a la Red de San Luis y coger el Metro tranquilamente. Sólo se trata de arrancar otro día a los márgenes, en cualquier circunstancia. Ya sabemos cómo funciona.

Madrid, diciembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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