Causa mayor · 1 de julio de 2019

La portada tenía su aquel. Un medio progresista lanzaba las campanas al vuelo por la firma del acuerdo entre la Unión Europea y Mercosur; titulares grandes, palabras grandes, la corruptela lingüística habitual para presentar un negocio de megacorporaciones y terratenientes como un triunfo del progreso. Justo debajo, ese mismo medio protestaba contra la suspensión de Madrid Central a través de un grupo de famosos escogidos, que no son campanas pero casi. Y no les faltaba razón. ¿Quién negaría que contaminar menos es mejor que contaminar más? Lo que desconcertó a los más atentos fue la incongruencia de fondo, repetida una y otra vez en todas las cuestiones imaginables: hacer un mundo de medidas grosso modo cosméticas mientras se pasan por alto los problemas verdaderamente importantes o se acepta y hasta se aplaude el origen absoluto del problema que, en principio, les preocupa: en el caso de la contaminación, el modelo productivo; es decir, cosas como el acuerdo de marras. Pero según algunos, sólo se trataba de crear conciencia.

La conciencia también tiene su aquel. En lugar de crearla para que la ciudadanía conozca y combata los procesos económicos que están destruyendo el planeta y dejando sin recursos a gran parte de la población, se crea para que separe su basura y no conduzca por barrios históricos, al margen de los que quieran destrozar durante sus siempre culturales y ecológicas vacaciones de turismo de masas. ¿Seguro que eso es conciencia? La izquierda actual, reducida a una empresa de cosméticos moralmente superiores, dice que sí: otros, descontentos con la práctica de engañar a los votantes para que sigan rezando al colorete en plena catástrofe social, decimos que no. Y no somos pocos, aunque parezca lo contrario. La mezcolanza de organizaciones socialdemócratas (incluidas los que van de comunistas o anarquistas con indudable sentido del humor), tiene periódicos de sobra para acallar a los críticos, denigrarlos y convencer a los creyentes de que cualquiera que se salga de su discurso es derecha o sirve a los intereses de la derecha; pero, por mucha propaganda que impriman, no puede impedir que los integrantes del creciente mundo de precarios y excluidos se empiecen a hacer preguntas. Cuando no se tiene trabajo o casa, cuando el trabajo que se tiene no da para pagar las facturas, cuando se vive en barrios donde nadie ataca asuntos como la contaminación, es difícil que el truco de hacerse el aristócrata bueno y socialmente preocupado funcione bien.

Poco después de ver aquella portada, leí un par de opiniones según las cuales no se trataba siquiera de crear conciencia, sino de meter un dedo en el ojo al nuevo y más que reaccionario Ayuntamiento. Y tampoco les faltaba razón: que nuestros progresistas se finjan hermanitas de la caridad no significa que no abracen la real politik cada vez que les conviene. Ahora bien, ¿cuál es el precio de jugar con causas mayores para obtener beneficios ridículos, si es que existen? ¿Qué consecuencias tiene su banalización y manipulación constante? ¿Qué puede pasar al cabo de un tiempo? Si ustedes creen que nada, les felicito. Siempre se ha dicho que la ignorancia es el secreto de la felicidad.

Madrid, julio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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