Última página · 7 de abril de 2009

La desaparición de La Insignia ha dejado una sucesión de cartas, casi todas de autores o compañeros del vicio de la edición, que no me atrevo a citar aquí porque son de carácter privado. Palabras de Paul, Sergio, Luis, Rocío, Amanda, Juan, Juan Antonio, José Luis, Felipe, Mario Roberto, Margarita, Ángels, Gildo, Arnaldo, Antonio, Wilfredo, Virginia, Urariano, Berna, Ana, Marisol; palabras capaces de lograr que diez años de trabajo, compartido con algunos de ellos, buscaran inmediatamente otros diez si tal cosa fuera posible.

Pero también hay palabras públicas, colectivas, pronunciadas en voz alta, e incluso imágenes públicas como la viñeta que acompaña esta nota, del dibujante brasileño Romildo Lima, más conocido como Ral. Son la última página que nos faltaba en el capítulo de agradecimientos, y no precisamente la menos importante: pocas personas tienen la elegancia de subirse a un estrado sin más intención que repartir afecto; sobre todo cuando el medio en cuestión ha desaparecido y no se tiene nada que ganar.

Lilian Elphick, escritora y alma de Letras de Chile, fue la primera. Nada extraño, porque además de andar tan sobrada de talento que convierte la sinceridad constante en virtud, posee el don de la oportunidad y pertenece a una especie de editores en vías de extinción: autores cuyo amor por la literatura los empuja a la rarísima circunstancia de apartarse del espejo y dedicar gran parte de sus energías y de sus bolsillos a otros autores. Gracias, Lilian. Está visto que una publicación no sólo sirve para descubrir arribistas y tontos sin escrúpulos donde antes hubo, aparentemente, amigos. También crea lazos. Y lo que empezó por el respeto y la admiración profesional, termina en las venas.

Algo más cerca de aquí, en España, Marcos Taracido se despedía de La Insignia con un texto que tiene un valor especial para nosotros. Internet ha cambiado mucho en los últimos años; los problemas de financiación, pero también el egoísmo y la falta de inteligencia de quienes prefieren ser aguja en un pajar antes que trabajar y compartir, está convirtiendo la red en un espacio profundamente enemigo para los medios independientes. Marcos y su Libro de Notas son una excepción; como antes lo fue con Almacén. Cuando los editores como él decidan marcharse a casa, el lector y el autor medio tendrán exactamente lo que están pidiendo a gritos: el mundo periodístico tradicional, es decir, nada.

Queda un último caso, aunque no me olvido de los compañeros como Felipe Romero y Daniel Bellón, que se hicieron eco de la noticia, ni de quien ha hablado tantas veces en nuestro favor que una más o una menos no cambia las cosas, Luiz Sérgio Henriques, director de una revista hermana en el socialismo democrático y la cultura del Derecho, Gramsci e o Brasil: Este mismo lunes nos llegaba desde Guatemala, desde las páginas del diario El Periódico, una columna firmada por Marcela Gereda que alguno de los presentes, empezando ciertamente por mí, volverá a leer cada vez que el rumbo y las razones deseen cerrar los ojos.

Madrid, 7 de abril.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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