A rajatabla · 17 de abril de 2013

Se lo decían los capitanes de navío a los artilleros, y lo aconsejaba un activista, hombre de acción y aventurero en el mejor sentido de la palabra en una de sus proclamas contra la monarquía: «No tiréis a la arboladura, tirad al casco». Naturalmente, el casco era el rey. Y como nuestro hombre no tenía otro modo de hacer llegar la proclama a su país, compró dos aeroplanos a los que llamó Libertad y República Española. Era escritor, de Valencia; capaz de fundar ciudades, triunfar en Hollywood, escribir novelas que daban la vuelta al mundo y lo más difícil, ser republicano en una tierra que «los borbones han convertido en el asno de Sancho Panza: glotón, cobarde, servil, incapaz de ninguna idea que exista más allá de los bordes de su pesebre».

Ha pasado casi un siglo desde que Vicente Blasco Ibáñez escribió esas líneas. No son muy conocidas. Los padres de la transición consintieron en honrar a los grandes autores republicanos porque en la España moderna no hay más cultura grande que la republicana; pero los sacaron de la política por la puerta de atrás y, al sacarlos, por cierto, también dañaron su obra. Valle-Inclán no se entiende sin su carácter profundamente subversivo y revolucionario. Blasco Ibáñez no se entiende sin su carácter profundamente subversivo y revolucionario. Ni el propio Lorca se entiende, que ya es decir. Despojados de la opinión, se convirtieron en efigies que el régimen podía sacar en fiestas, como los pasos de Semana Santa.

Esta «nación que vive secuestrada» no ha oído nunca la voz real de sus mejores autores. Se dirige a «la catástrofe financiera y la bancarrota» por una catástrofe cultural, que empieza en las instituciones de la monarquía y lo impregna todo, desde la educación hasta el teatro, pasando por el periodismo. Sólo ahora, con el agua al cuello, acierta a entender la magnitud del problema; y sólo se salvará si sus artilleros recogen el consejo de Blasco Ibáñez y lo aplican a rajatabla: «No tiréis a la arboladura, tirad al casco».


Madrid, abril.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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