Espionaje · 26 de octubre de 2013

Ya lo dijo Wolf, Markus: «detrás del espionaje hay menos verdad de lo que parece y mucha autojustificación de la propia existencia». Mischa, el mítico jefe de los servicios secretos de la RDA, no estaba restando importancia a su antiguo trabajo, sino puntualizando las cosas a partir de una sátira muy conocida, Nuestro hombre en La Habana, de su querido Graham Greene. «Los servicios de espionaje son como un juguete para los que gobiernan, y nadie quiere renunciar a ellos.» El 9 de noviembre se cumplirán siete años de su muerte; buena excusa para leer su biografía, si no se ha leído ya: El hombre sin rostro.

El mundo de los espías de hoy no se parece mucho al de Wolf. No hay Unión Soviética, con todo lo que ello comporta. El Capital, que es borg en lo general y padrino mafioso en lo concreto, está solo con sus dos caras, espiándose a sí mismo mientras intenta mantener un runrún del gran juego con terroristas reales y fingidos del precariado moro. Nadie presta demasiada atención si la prensa se cala la boina y grita que EE.UU. espía a sus aliados. ¿Dónde está la noticia? De haber alguna, sería la que subyace: que los servicios secretos de varias docenas de países no se dieron cuenta de que EE.UU. los espiaba. Pero sería poco creíble; a decir verdad, sería absolutamente inverosímil. Incluso aceptando la torpe excusa de que ninguno de ellos tiene los recursos del padrino americano, queda el viejo y muy conocido hecho de que el padrino americano es de los que se pinchan un dedo cada dos puntos.

Descontado el espionaje industrial, la mayoría de las operaciones encubiertas de hoy no tienen despachos como objetivo, sino gente normal y corriente. Este fin de semana, un puñado de activistas de Madrid que viajaban a Oviedo para sumarse a la protesta contra el premio Príncipe de Asturias, se vieron retenidos y cacheados por el camino, en demostración enésima de que el Estado vigila y sigue a los ciudadanos por motivos estrictamente políticos. Cuando a Wolf le preguntaban por el derrumbe del bloque soviético, apelaba a dos cosas que ya están con nosotros: la parálisis en la economía y la falta de democracia. Pero sin enemigo exterior, el Capital no necesita émulos de Mischa; le basta con unas cuantas porras y algún intelectual que se suba al estrado, recoja su condecoración y finja ser, para calmar a las masas, Kim Philby.

Madrid, octubre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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