Rostros · 21 de marzo de 2014

Asesinatos, torturas, violaciones, desapariciones forzadas, robo de niños. Todo se olvidó sin juicios de ninguna clase, sin depuración de las estructuras del Estado, sin indemnizaciones, sin devolución del patrimonio expoliado a las víctimas, sin un simple y simbólico acto de justicia. A eso se le llamó transición; un pacto de silencio que contó con el apoyo de los dos partidos más importantes de la izquierda estatal. Ni siquiera pidieron la expulsión de los jueces que habían participado de forma directa en la represión.

Entre 1976 y 1981, los años de Adolfo Suárez, se creó un mito de consenso y democracia avanzada que ha llegado hasta hoy. Suárez sólo fue una pieza en ese mito, pero no se puede hablar de aquellos años sin decir que, bajo sus gobiernos, docenas de personas perdieron la vida a manos de la policía y de grupos fascistas cuyas conexiones con el Estado eran evidentes. En las comisarías, la tortura era práctica habitual. En las cárceles, la tortura era práctica habitual. En la calle, el abuso de poder y los malos tratos eran práctica habitual. Cuando algún policía intentaba denunciar la situación, se encontraba con el silencio de las instituciones y, normalmente, sin más apoyo político que las organizaciones de la izquierda extraparlamentaria.

Recuérdenlo cuando vean las fotografías de Adolfo Suárez en la prensa. Ningún presidente es más que los muertos y las vidas rotas del tiempo que contribuyó a ocultar y los muertos y las vidas rotas del tiempo del que fue máximo responsable en virtud de su cargo. Para juzgarlo bien, las portadas de esos periódicos tendrían que incluir los rostros de todas las víctimas; pero no las incluirán ni, por otra parte, habría portadas ni periódicos suficientes.

Madrid, marzo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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