La cárcel · 16 de mayo de 2014

Hay días mejores y días peores; pero en las últimas 24 horas, que a efectos de lo siguiente son del montón, se ha detenido a un chaval de 19 años por soltar un par de exabruptos; detenido a otro de la misma edad por una canción políticamente incorrecta y detenida una activista por participar en un escrache. Entre los tres, suman unos cuantos años de acusaciones por delitos de lo más variopinto, desde apología de la violencia hasta atentado contra el honor, pasando por la muy socorrida y muy tradicional resistencia a la autoridad.

Nosotros no vivimos en un país; vivimos en una cárcel que, para convertirse en país, tendría que pasar por un programa de derribo. No es una simple cuestión de detalles. Ninguno de nuestros problemas tiene solución con un cambio de nombres, unas cuantas políticas asistencialistas y dos o tres gestos regeneracionistas, como quiere creer la plana mayor de la izquierda estatal. En su temor al conflicto y las palabras mayores, ni siquiera se ha planteado que no podrá ni pintar los calabozos si no investiga, juzga y expulsa en su caso de la función pública a la legión de jueces, fiscales y policías que abusan permanentemente de sus cargos y subvierten las propias bases de la democracia.

Sólo hay una cosa segura: haga lo que haga esa izquierda, el proceso los va a arrastrar como nos arrastra a todos; empezando por las víctimas indirectas de sus cálculos, que no aceptan nunca un casus belli. Y cuidado con las expectativas rotas. Nuestra sociedad puede permanecer callada ante la pobreza, la injusticia y la represión, pero si la empujen a creer y luego descubre que su esperanza estaba vacía, caerá algo más que el régimen.


Madrid, mayo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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