Si sólo fuera eso · 28 de septiembre de 2009

Falta de alternativas, escasa presencia, poca o mala comunicación y, en algún caso (véase la vivienda en España), políticas radicalmente contrarias a lo que se espera de ellos. Grosso modo, eso es lo que se achaca en general a la izquierda política. Y es cierto. Pero si sólo fuera eso, el tiempo habría corregido alguno de los problemas. No es el secreto mejor guardado; no es un proceso marginal, que sólo llegue a oídos de unos pocos.

Cuando hablamos de las organizaciones políticas de la izquierda, nos referimos a grupos mínimos, prácticamente sin militancia y tan ajenos al conjunto de la sociedad que su contacto con ella, cuando lo tiene, se establece a través de unos cuantos asesores y ONG. Si los asesores y las ONG aciertan, mejor para todos; si proponen la mayor de las estupideces y la visten con la mayor de las mentiras, esa estupidez y esa mentira pueden acabar directamente en los programas y en el Parlamento.

Hace un par de años se produjo una de las situaciones que encajan en el segundo caso: un informe sin fundamento alguno llegó a ciertos sectores de la izquierda política. En organizaciones de otras épocas, donde los especialistas no eran la excepción, habría pasado por las manos pertinentes, habría encontrado hueco en la bolsa de la basura y nada más; pero las de hoy son sistemas cerrados, pequeños, autoreferenciales. Pocas horas más tarde, el informe formaba parte del programa de UGT y del PCE. Nadie se había molestado en comprobar su veracidad ni su procedencia; y lo que es peor, nadie se molestó en pensarlo un momento. Por si alguno siente curiosidad, fue uno de los primeros bulos lanzados por los abolicionistas para impedir (con éxito, como se ha visto) cualquier fórmula que regularice la prostitución. Se dirá que el asunto tiene connotaciones morales díficiles para muchos, pero lo relevante en el tema que nos ocupa no es eso, sino el grado de debilidad organizativa e intelectual de las organizaciones que nos quedan.

Las dos familias de la izquierda coinciden en las mismas quejas y en la misma duda: no llegamos a la sociedad, no se entiende el mensaje, por qué. Descontados sus cínicos, cabría preguntar a sus perplejos si se han planteado la posibilidad contraria: que la sociedad no tiene forma de llegar a ellos, que son ellos los que no entienden o no quieren entender los mensajes de la sociedad en la que viven. Nuestra renovación intelectual y generacional se detuvo en seco en la década de 1980, con el fin de los grandes movimientos sociales y la hornada de militantes que generó y que huyó posteriormente de los partidos. Desde entonces, nada. Por eso se desentierran tantos cadáveres ideológicos en la izquierda rojiverde y se reparte tanta trivialidad y tanta demagogia desde la gobernante.

Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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