Una función vieja · 12 de agosto de 2011

El 50% de las 1.500 personas detenidas durante las revueltas de Inglaterra son menores de edad, niños. El mayor de todos los detenidos tiene 46 años y el 80% no llega a los veinticinco. Pero está bien, por qué no va a ser posible que miles de personas salgan a las calles y quemen lo que encuentren porque son miles de delincuentes juveniles. Y si son miles de delincuentes juveniles, qué decir de los miles y miles de padres de delincuentes juveniles que toleran, apoyan o silencian las actividades delictivas de sus vástagos. También son delincuentes. A decir verdad, Inglaterra está llena de delincuentes. Terminarían antes si detuvieran a todos los menores de estética paupérrima o poco convencional.

A estas alturas, no nos debería sorprender que grandes segmentos de una sociedad avanzada se dejen convencer de que el problema de esa sociedad son los niños. Con un delirio no mucho mayor, un tipo bajito y de bigote cuadrado arrasó Europa. Eran otros tiempos, ciertamente. Aún se podía utilizar la nación y la guerra como solución a una crisis. Hoy se arregla con payasos satisfechos, que dejan menos cadáveres. Se coge una estupidez, se lleva a los medios de comunicación y se distribuye; ya no se recuerda que una anécdota en plural sigue siendo una anécdota, no información. Y funciona. O por lo menos, funcionó con la primera revolución neoliberal, la iniciada por Thatcher, y con la segunda revolución neoliberal, la del crédito llevado a su expresión más absurda.

Dan asco, es cierto; asco y lástima. Se tiene que caer muy bajo en la escala de la inteligencia y del sentido de la humanidad para poder creer que una revuelta en las principales ciudades de un país es cosa de niños egoístas. Pero lo demás, por muy llamativo que sea, sólo es la guinda del pastel. Qué tiene de particular que un Gobierno aproveche una ocasión en su beneficio. Qué tiene de particular que la gran mayoría de los periodistas repartan la más inverosímil de las historias sin el único detalle presente en todo, incluida la más inverosímil de las historias: que no son niños los que dirigen la economía y la política de un país; que no son niños los que crean la cultura de un país; que no son niños, entonces, los que podrían causar que miles de niños se volvieran ladrones de repente.

Ésta es una crisis sistémica. También es una crisis de civilización. Resumiendo al máximo, lo que hemos visto y sufrido hasta ahora y lo que veremos y sufriremos en adelante se reduce a esto: los dueños del mundo viejo alargarán la agonía tanto como se pueda porque quieren sacar hasta el último céntimo de una función vieja, con la sala cada vez más vacía, pero todavía ocupada por payasos que pagan y aplauden. Cuando la masa crítica de payasos sea insuficiente, pasarán al mundo nuevo. Y si los payasos no reaccionan, el mundo nuevo será una obra con miles de niños ladrones que acaban en la cárcel.

Madrid, agosto.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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