Interregno · 2 de junio de 2014

A rey muerto, rey puesto. Pero, ¿dónde está el muerto? Aquí, delante de nuestras narices, políticamente difunto y haciendo un último servicio como cadáver, que se exhibirá con toda la crema y nata de la pastelería del régimen. En la práctica, se ha decretado una cohabitación transitoria de dos reyes: el muerto en vida para abrir camino y el nuevo para pasar. Se llama interregno, «espacio de tiempo en que un Estado no tiene soberano». Nada que ver con la República, que no se define sólo ni esencia por la falta de rey.

Pues bien, a interregnar. En alguna carpeta del Reino a punto de parir un Reino hay una ley orgánica que estaba esperando el momento preciso. Se sacará, se llevará a las Cortes, se dirá que se ha redactado con la premura y competencia que exige el caso y, desde luego, se aprobará por mayoría absoluta. Dentro de poco, Juan Carlos I será institución en Felipe VI y, de paso, atentos al pajarito, rey padre. Tuvimos casi cuarenta años para recuperar la legitimidad que la restauración borbónica se atribuye falsamente, porque la legitimidad se perdió con la caída de la II República; pero no hubo ganas, no se quiso, y ahora nos cae lo que estaba tan anunciado que nadie puede alegar sorpresa.

A rey muerto, rey muerto. Felipe VI será el último borbón que reine en España y, en ese sentido, ya es finado. Sólo queda por saber si se irá desde otra componenda de nuestra oligarquía, cuando toque abrir otro cajón, o se irá porque nos hemos descubierto hombres y mujeres libres y así lo exigimos. La diferencia es importante. Como decía al principio, un interregno no es una República.


Madrid, junio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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