Miércoles · 15 de enero de 2014

La mañana es gris, de cielo blanco. En el Metro, las caras habituales, de un Madrid que ahora hay que empujar para que recupere su ironía. Después del Metro, poca cosa; otra patada de una profesión sin futuro, que ni alimenta ni te gana un mal gracias, hombre, te quedarás ciego/ te quedarás en los huesos/ pero gracias. Y vuelta al Metro, donde dos tipos discuten sobre la izquierda: uno, que las candidaturas nuevas restan (¿qué se puede restar a quien se basta y se sobra para restarlo todo?); otro, que las candidaturas nuevas son dios (¿a tres meses de las elecciones? ¿Sin trabajo?).

Espero que el segundo sepa lo que dice, porque lo del primero es cero en matemáticas y diez en dogma de fe. También espero que me toque la lotería: por mi cara bonita. Pero me prometí que no volvería a hablar de estas cosas, juegos de clubs privados que no quieren forasteros y que hoy, menuda obviedad, me parecen más triviales que de costumbre. Juan Gelman. Mientras yo tiraba millas de palabras y venga palabras absurdas para pagar el alquiler de un pozo, falleció un poeta, uno grande. Hay días que no sabes quién es el muerto. Tú, él, países que desconocen/ descuentan/ al hijo de José Gelman y Paulina Burichson. «Dios mío, tanta desolación no alcanzó.»

Madrid, enero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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