Resistir · 2 de febrero de 2012

«¿Dónde está el 15M?», se pregunta una compañera. Se lo pregunta con razón, porque las doscientas, quizás trescientas personas que nos hemos reunido en Sol para protestar por las detenciones de ayer, no somos más que una mancha que da vueltas a la estatua ecuestre de Carlos III, como las madres de Plaza de Mayo. Caminamos, nos detenemos y volvemos a caminar, rodeados de policías por todas partes. De vez en cuando se escucha una consigna que se ahoga en el frío y, de vez en cuando, una de las furgonetas azules se mueve y un coche patrulla cruza la plaza.

Dicen que esta noche había miedo. No lo había; por lo menos, en Sol. Pero lejos de Sol es otra cosa; lo posible parece imposible y al final se da la espalda a una convocatoria por temor a las detenciones, por la temperatura, porque no es para tanto o porque sí. Cualquier excusa es buena. Aunque suponga dejar en la estacada a los nueve detenidos del miércoles y al propio movimiento, que no está en las palabras y el discurso, que nunca ha estado en las elucubraciones y en la estética, sino en la acción. En la acción. De unos pocos que montan una acampada cuando nadie lo espera. De unos pocos que sabotean desahucios. De unos pocos que, por ejemplo, se niegan a pagar el billete de Metro.

Mañana será otro día, dicen. Quizás lo sea si aprendemos de nuestros errores y empezamos a salir del siglo del miedo, como lo llamó Albert Camus. «¿Dónde está el 15M?» La respuesta es muy sencilla: El 15M estaba en Sol. Trescientos por los miles que no pudieron venir y miles por las decenas de miles que, en algún momento, vendrán. Entre tanto, toca la vieja certeza del viejo Negrín: «resistir es vencer».

Madrid, febrero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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