Apología · 3 de febrero de 2012

Son palabras de Patricia Flores, viceconsejera de Asistencia Sanitaria de la Comunidad de Madrid: «¿Tiene sentido que un enfermo crónico viva gratis del sistema?». En otros tiempos, pongamos que en tiempos de revoluciones antiguas, alguien se habría preguntado: «¿Tiene sentido que Patricia Flores viva?». Por suerte para todos, ya no estamos en tiempos de revoluciones antiguas. Y la pregunta para las modernas debería ser otra: «¿Se debe castigar la apología de la explotación?».

La gran conquista del siglo XX es el establecimiento de los derechos humanos como factor absoluto; aunque quede mucho camino por recorrer, se empieza asumir que la libertad y la vida de las personas no pueden estar sujetas a ningún otro tipo de consideración. Es un hecho, por así decirlo, que se encuentra por encima de la política. No es discutible. Pero el concepto actual de los derechos humanos es un concepto incompleto; le faltan los derechos económicos, desde el derecho al gobierno de la propia economía hasta el derecho a la vivienda, la educación y la asistencia sanitaria universal y gratuita.

Ésa es la revolución que tenemos por delante. Hoy, en las sociedades avanzadas, se puede juzgar y condenar a quien atenta contra los derechos humanos; mañana se podrá juzgar y condenar a quien atenta contra los derechos económicos. Por ejemplo, a Patricia Flores. Una mujer dispuesta a condenar al sufrimiento y quizás a la muerte a cualquier enfermo crónico que no sea rico. Una mujer dispuesta a hacer negocio con la vida de los más débiles. Una mujer que, en calidad de representante público, debería responder de esas palabras ante un tribunal.

Madrid, febrero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


Si les gusta lo que leen


/