Juegos peligrosos · 13 de abril de 2008

La exageración y la ocultación de problemas bajo cortinas de humo son consustanciales a la política. Y no siempre para mal. Pero en América Latina suelen tener un peligro añadido: la mayoría de los sistemas democráticos son tan recientes y se asientan en estructuras sociales tan injustas que no ha habido ocasión, y a veces tampoco voluntad, de extender la cultura del Derecho. Cuando los gobiernos desprecian ese factor, los daños pueden ser graves. Sobre todo si tienen intenciones regeneradoras.

Hace unos días tuvimos el ejemplo de Cristina Fernández y la huelga del campo argentino. Hasta cierto punto, un ejemplo provocado por un defecto de origen en el marco legal: el hecho de que los presidentes tengan capacidad de decidir sobre cuestiones presupuestarias sin contar con el Congreso. Sin embargo, el enfrentamiento civil posterior tenía un fondo diferente. Sembrar nacionalismo todos los días y ante cualquier situación no es la forma más adecuada de hacer país.

Algo más al norte, en Ecuador, el truco de enseñar la bandera también presta buenos servicios. Hoy es la dimisión de la cúpula militar tras las acusaciones de estar infiltrada por la CIA y mañana puede ser una invasión extraterrestre. Porque la verdad o la mentira es lo de menos en estos casos. Tal vez deberían recordar que lo primero que hacen los espías y los marcianos, cuando quieren anular a un progresista, es embobarlo con la patria y su caja de Pandora.

Aparecido originalmente en el diario Público, de España.
Madrid, 12 de abril del 2008.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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