Hebras · 23 de marzo de 2016

    Debo decir que estoy mirando,
    de pie, de noche, en un cajero abierto a la calle.
    Le han puesto barrotes para que nadie se pueda tumbar.
    Los han puesto de tal manera que nadie se pueda tumbar.
    Y aun así se tumban, retorcidos, doblados,
    hebras entre pinchos de una alfombra de faquir.

    La lluvia ha empapado el suelo,
    y el agua llega al borde de las mantas.
    Uno intenta cerrarse la suya: mueve una mano, busca la tela,
    palpa, agarra, tira del aire.
    Lo hace varias veces mientras miro.
    No lo consigue ninguna.


    Madrid, marzo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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