Deja que te lo explique · 22 de abril de 2013
- Dirigí una revista durante muchos años,
mil cejas arqueadas
cada vez que hablábamos del mundo más allá de unas narices
o nos poníamos serios con el idioma.
¿A quién le importa el idioma? Y no te digo el mundo.
Allí me decían que escribir deuda eterna era extravagante,
que la República era algo viejo y de viejos,
que citar a Azaña sin h era síntoma de ignorancia
y que apelando a Kraus, Brecht, Wilde, Gramsci o Valle-Inclán
resultábamos tan ridículos como nuestro empeño en decir:
escrache.
¿Pero qué coño es eso?
Ahora, la prensa está llena de tipos
que cobran por explicar qué es un escrache.
Mañana explicarán cómo se infla un globo.
Y para que el globo no flote, le quitarán el gas.
Y la gente los premiará con 50.000 seguidores en Twitter.
Y un escrache será un esperpento sin vuelo.
Bene,
la semana pasada hubo un viernes y antes, un jueves.
En las noticias no estaban los muertos de Afganistán, sino los de Boston.
Al otro lado del mar, en Guatemala, absolvían a Ríos-Montt y miraba
quién,
a veces me pregunto si se les ha quemado del cerebro (del corazón
no me pregunto: no lo tienen).
Más pobreza, más suicidios.
Más bobos en las páginas de cultura.
Y a Muguruza le prohibieron un concierto en Alcalá.
Y más detenciones. Ayer, en Vallecas, dos chicos: Víctor y Mikel.
Y hay que plantarse bien para no ahogarse en la serie
y, y, y, y, y
con todo el espanto y la estupidez que puede arrastrar una conjunción.
Y esto sigue como siempre, vivo en lo subterráneo, muerto sobre la tierra.
Y a Bruselas se le ponen los cojones por corbata
cada vez que un clown leonfelipista les escupe:
«Pero las estrellas no duermen».
Claro que no.
Madrid, abril.
— Jesús Gómez Gutiérrez