Un poco hasta las pelotas · 28 de marzo de 2013
- Cuando Fredric Brown empezó a escribir
los relatos se pagaban a x céntimos por palabra.
Claro, entonces había mundo.
La gente creía en la revolución y en los viajes espaciales.
No era una fiesta, pero qué envidia:
Pagarse un café con el trabajo. O quizás dos.
Eso fue cuando Fredric Brown empezó a escribir.
Mucho antes del concepto contenidos y del hijo de la grandísima
que sacó a los ejecutivos del corral.
Antes de que la foto fuera más importante que el estilo.
Antes de que un vendedor fuera más importante que un autor.
Y muy lejos de un país donde la palabra vende al peso
y nada es comercial (ni valioso) si no llega a trescientas páginas.
No era una fiesta, pero qué envidia.
La literatura. La última frontera.
Madrid, marzo.
— Jesús Gómez Gutiérrez
Por la piel / Conejo de ministros