Su error · 18 de septiembre de 2013
- Se puso a llorar.
Traía una denuncia por un desahucio anulado,
pero me denunciaban de todas formas.
Quizá debí ser nube. Blanca y suave, como las ovejas.
Hola, repartidora del verdugo, qué puedo hacer por ti.
No lo fui, y reconozco
que sus lágrimas me confundieron.
Sólo hacía su trabajo, un acto al parecer neutral.
Como si el sobre en su mano estuviera vacío
o sólo contuviera un buenos días blanco y suave,
¿te apetece una tila?
Luego, la ley que empezaba en su mano
y siguió por pasillos y salas de muchos edificios
con ojos normalmente acusadores
dijo:
creemos que ha sido un error.
No enviaron manos para confirmar que había sido un error.
Eso apareció en tinta, semanas más tarde,
junto a la propaganda de un restaurante cantonés.
Todos hacen su trabajo. Algunos hasta eligen su trabajo.
En las noticias, escondida tras las cosas con destellos
hay un final menos digerible.
Otro desahucio y otro suicidio a cambio de otra cifra blanca y suave.
Para enfatizar el absurdo, se destaca la pequeñez de la cifra.
Convocan marchas
exhuman la indignación de muertes anteriores
y ya está.
Luego, la ley que llora
por muchos pasillos y muchas salas de muchos edificios
normalmente sin ojos
dice:
creemos que ha sido su error.
Madrid, septiembre.
— Jesús Gómez Gutiérrez