La luz y las paredes · 4 de junio de 2009

1. Una azotea entarimada, con piscina, tumbonas de acolchado blanco y vistas de aire transparente hasta la Sierra, donde la franja verde compite en intensidad con el azul; templetes, dioses de mármol y bronce, columnas, torres que parecen villas, mar de tejados rojos. Con la altura de las azoteas como horizonte, la fotografía del escaparate del hotel narra dos ciudades distintas: una es real, la Roma que en Madrid está sobre nuestras cabezas, a cuarenta o sesenta metros de altura; la otra, ficticia, tiene calles de cristal por las que se ve un Madrid sin alas, cuarenta o sesenta metros por debajo.

2. La especulación también pretende esta zona. Y la tendría para sus restaurantes caros, sus lofts, sus tiendas de diseño y sus acentos con profusión de eses dobles y triples y cuádruples si no fuera por una presencia más difícil de expulsar que los pobres y las putas. Cuando ya no hay nadie, todavía quedan las piedras. No es lo mismo La Latina, tan bella y tan de espejos, o el Barrio de las Letras, en la senda de los turistas, que este reducto con alma de lumpen. De todos los crímenes arquitectónicos que se han cometido contra Madrid, sólo hay uno capaz de borrar el alma o de aplazarla.

3. 1938, datos del Comité de Reforma, Reconstrucción y Saneamiento: el 84% de las casas del distrito de Palacio (hasta Argüelles), 1403 de Centro, 877 de Hospicio, 864 de Universidad (Maravillas), 615 de Chamberí y 421 de los Austrias destruidas o semidestruidas por las bombas del enemigo. De lo que pasó en Usera, Puerta de Toledo o Carabanchel, mejor ni hablar. Si no tenían nada que hacer, y tres años de sitio dan para mucho, dirigían la artillería contra la fachada oeste del Palacio Real, entonces Palacio Nacional. Quien no entienda hasta dónde llega el matrimonio de la ética y la estética, tampoco entenderá que su decisión de respetar el barrio de Salamanca no fue simplemente una cuestión de clase.

4. Es discutible que las alas tengan utilidad en el mundo de abajo, pero los taburetes y las sillas de tijera vienen bien. A la una de la tarde, con el sol de junio cayendo casi a plomo, algunos vecinos de las manzanas de Puebla, Ballesta, Nao y Barco descansan, charlan y se abanican a la sombra. Se vive despacio y se habla seco (la luz y las paredes). Más tarde, con la marea, el visitante sólo verá agua de baldear y un zaguán que se despide.

Madrid, 4 de junio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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