En la Complutense · 31 de mayo de 2010

1. Concierto en el Paraninfo de la Complutense. Alpha Blondy, Salif Keita, Sidy Samb y otros en la nueva edición de África Vive, pero es sábado, hace calor, la entrada es gratuita y no son docenas ni cientos sino miles los que llegan a eso de las diez y media, algunos para ir musicalmente al grano y otros, concretamente otro, éste, porque ha terminado de trabajar a las diez. Tras un largo paseo, la cola de la entrada acaba con cualquier expectativa de entrar. Se sacan móviles, se envían mensajes, se recibe un no seas así y se contesta un lo siento de cuya sinceridad absoluta, por ser autor, doy fe. La vuelta al Metro, caminando contra la marea, es todo un viaje.

2. Volveremos a uno de los lugares que se acaban de dejar atrás, la mancha de árboles y hierba entre Filología, Biológicas y el campo de rugby; de momento, las diez y media se han convertido en las once y media y el paisaje del campus en una habitación con un ordenador encendido. En la pantalla destaca un titular; es una de esas cosas que borran la memoria inmediata de golpe, soltando nubes de tiza, aunque sólo contenía un conato de historia: ráfagas de viento en Príncipe Pío, a punto de coger la línea 10; una franja amarilla, un paso, dos pasos, tres pasos, media vuelta; algunas caras interesantes y las conversaciones que se sucedían unas a otras. Pero antes de que la nube se disipe y se pase al fallecimiento de Dennis Hopper y a ciertas cuestiones relacionadas con la primera película que dirigió, se puede aprovechar parte del polvo blanco de la nube: la normalidad de dos chicas que se besan en la escalera mecánica de bajada, ya en Tribunal. Porque la normalidad cuesta. Alguien tiene que sacarla del pozo. Las conquistas sociales, culturales, no se regalan.

3. De Dennis Hopper habría mucho que decir; entre lo mejor, que dirigió un milagro llamado Easy Rider y que ese milagro sigue vivo porque sigue siendo contemporáneo. Se equivoca quien lo explique por la banda sonora, la fotografía y las interpretaciones de Fonda, Nicholson y el propio Hopper; también, aunque esto debería ser obvio, quien intente extrapolar la morralla de la contracultura. Y como suele ocurrir con las obras que dejan huella, su efecto es cambiante. Mi generación, que la vio en España a principios de los ochenta, no podía sacar tajada de una estética y una rebeldía demasiado suaves en comparación con nosotros y con nuestro tiempo, pero ni entonces ni ahora (peligro) se puede mejorar lo que George Hanson le suelta a Billy cuando discuten sobre el miedo de la mayoría moral: «Hablan y hablan y hablan de la libertad individual; pero cuando ven a un ser libre, se asustan.».

4. Como lo prometido es deuda, volvemos a la Complutense. La pareja que está tumbada en el césped no es del sábado pasado, sino de hace tres décadas; ni ella ni él llegarán lejos en ciertos sentidos, pero nos enseñarán mucho a muchos, se partirán la cara por derechos como el de Tribunal y no dejarán de ser en ningún momento, con el precio que eso tiene, los seres libres de la frase de Hanson. Yo los veo cada vez que paso por aquí porque fue aquí donde nos conocimos; luego, me hago la misma pregunta: dónde está la pareja que los releve. Las causas de hoy no son menos urgentes que las de ayer, ni serán las generaciones anteriores, excepciones aparte, las que os saquen de esto. Estáis atados por sus miedos y por sus limitaciones, como todos los jóvenes de todas las épocas. Si no despertáis, un día veréis Easy Rider y el mundo será 1969.

Madrid, mayo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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