Mapa · 9 de octubre de 2010

1. Zumo, una barra de pan, no, mejor de molde, y hacia el final del pasillo, cuando ya está en la sección de latas, la dependienta empieza a cantar. Es raro; es, concretamente, la primera vez que la oye cantar. Y cómo canta: con desgarro dulce, sola, mirando hacia la puerta de un local viejo, sucio, donde pocas veces coinciden más de dos clientes. Al llegar al mostrador, le guarda el zumo, el pan y una cerveza. Sólo deja de cantar para cantar el precio. Hasta las gracias, que las da, forman parte de la canción. ¿Cuántos años tenía? ¿sesenta? Pero no puede ser, la miras y parece recién salida de la cadena de montaje. ¿Cuántos años tengo? Bolsa en mano, se aleja Palma arriba y canta. Por si acaso.

2. Le duelen los talones de caminar de un lado a otro. Además, tiene hambre. Además, hace frío. Además, está lloviendo. Y luego está el resto de los además, entre los que destaca el montón de ropa que la cubre de la cabeza a los pies, como las capas de una cebolla, porque encender la calefacción sería un lujo. Pero puesta a elegir, la emprende con la lluvia; porque si no lloviera, saldría con alguien; que la invitara, claro, qué remedio; y no con esta ropa, claro, qué me pongo, algo que enamore al espejo y que establezca sin lugar a dudas mi seguridad, lo bien que lo llevo, lo bien que me lo tomo, mi humor. A la hora de las brujas, cansada de dar vueltas por la buhardilla, se quita, se pone y alcanza el paraguas. Plan: hojear revistas y libros en el vips de Fuencarral. Al menos hay gente, ¿no?

3. Cincuenta minutos después de haber subido al Metro en la última de las estaciones de la línea azul, que es la 1, sube los tramos de escalera, descansa en la mecánica y sale a la calle en Tribunal, por Barceló. Repite ese camino todos los fines de semana, y a veces, si no termina tarde en el trabajo, también de lunes a viernes. Después, pasea. Piensa, mira y elige las calles y las direcciones según le apetezca, dejando la última palabra a la casualidad. Luego, depende; en función de la hora y de las ganas, vuelve al Metro en Sol o sigue hasta Antón Martín; nunca más abajo, nunca hasta Atocha, nunca fuera del centro ni lejos de la línea azul. Una semana da para muchos ratos, pero sólo esos, y quizás el café de la mañana, están en alguna parte.

Madrid, octubre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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