El perro de Minas · 17 de enero de 2011

1. Caras negras, indias, caucásicas, todas serias en el vagón semivacío que se dirige a Villaverde Alto. Es fin de semana, pero no aquí. Hay que esperar un poco, hasta salir a la calle, para encontrar gente de sábado: dos niños que juegan en un parque, consistente en varios pinos rodeados por muros de adelfas sin podar. Lo demás es lunes. Un viejo que clava la mirada en el suelo, un chaval aburrido que lía un cigarrillo, una adolescente que traza líneas en la arena con la punta del pie. El periódico local que leeré más tarde define el barrrio como «el sur del sur», en referencia negativa a la distribución de Madrid por ingresos, inversiones, equipamientos, fracaso escolar, empleo.

2. De vuelta al centro, las pantallas del Metro están en sesión continua de política nacional. Éxito de la policía contra la pornografía infantil. Jetas de políticos sonrientes. Concurso de mises chinas. Más jetas de políticos sonrientes. Y abajo, entre las manos de una mujer, se encuentra el contrapunto a la versión televisiva de los conservadores: la versión en tinta de nuestros liberales. Éxito de la policía contra la pornografía infantil. Jetas de políticos sonrientes. Etcétera. Mientras leo, me viene a la cabeza la frase que un tal Clarín dedicó a un tal Echegaray por cuenta de Enseñar al que no sabe, obra que encontraba falsa y poco menos que ridícula: «Señores, un poco de formalidad, ya que no quieren ustedes naturalismo».

3. Al otro lado de la ciudad, en la esquina de Alenza y Ríos Rosas, un reactor cruza la luna que ya ha salido y deja una línea blanca. El perro de la Escuela de Ingenieros de Minas contempla la escena y vuelve a su posición de Esfinge; se parece a todos los perros que tuve; es un chucho, o lo que es lo mismo, un perro listo, y un chucho al que, por estar encadenado, se le presupone la condición de perro guardián. Frente a la verja, las arquerías de hierro, el patio y las cerámicas de Daniel Zuloaga, que adornan el edificio de Ricardo Velázquez Bosco, un vendedor callejero mira lo mismo pero sin cadena. Vende orejeras, bufandas y guantes.

Madrid, enero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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