A mí qué me importa · 2 de diciembre de 2011
Se oye por todas las esquinas. Lo dice el precario sobre el fijo que va a perder su empleo; lo dice el parado sobre el funcionario sometido a recortes; lo dice el sin techo sobre el desahuciado y el inmigrante ilegal sobre el legal al que la policía detiene un día sí y otro también. A mí qué me importa. Si no se preocupaban por mí, por qué debo preocuparme por ellos. Si no se manifestaban por mí, por qué debo manifestarme por ellos. Es lógico. Quién no desprecia la desgracia de quien no quiso echar una mano al más débil; especialmente, cuando se es el más débil. Además, los de abajo también tienen derecho a las generalizaciones odiosas. No iba a ser patrimonio exclusivo de los de arriba. O de los de en medio.Pero ese a mí qué me importa puede ser algo más que un pago tardío y generalmente leve a los agravios. También puede ser un te toca a ti en calidad de lección, porque ahora que la injusticia se extiende a más sectores, llegan muchos fijos y muchos funcionarios que de repente reaprenden a cerrar el puño y esperan que los parias se les sumen. No es así. No se puede abandonar a la gente durante décadas y volver a las trincheras pensando que los que se quedaron, seguirán. Alguien tiene que hacer un esfuerzo. Y no van a ser las víctimas permanentes. Alguien tiene que demostrar con paciencia y trabajo que la nueva apelación al combate no será como las anteriores, es decir, apóyame con lo mío que ya me olvidaré de ti después.
La injusticia duraría poco si dependiera de los que tirarían a su madre en una zanja a cambio de otro millón, de un Ministerio, de una subvención, de una columna en prensa o de la fama por un programa de televisión basura. La injusticia es hija de un grupo social más grande, el de los cómodos y los desclasados, con cuya comodidad y ausencia de sentido de clase se fabrican las cadenas. Desde un punto de vista puramente animal, el mundo sería peor si los débiles no ejercieran el derecho a dar la espalda o si, cuando surge la ocasión, no soltaran una pierna para que la ley de la gravedad se cobre una dentadura. ¿Que no es correcto? Quizás. Pero dejemos la ética a un lado y seamos justos. A mí qué me importa sólo es socialmente mortal en boca de los que tienen.
Madrid, diciembre.
— Jesús Gómez Gutiérrez