Los que se rinden · 23 de enero de 2008
1. Piso bajo y con el suelo bajo el nivel de la calle. De todas las habitaciones, la más hundida era la mía. Pero tenía ventana, con barrotes, y la cama pegada a la ventana de tal manera que en verano, cuando no había otra que subir la persiana para que entrara el aire, mirar al exterior era contemplar un desfile de piernas. Al principio no me interesaba: era un niño. Después pasó lo inevitable y lo apreciaba en exceso. Una noche, cansado de contar medias y ligas, me incorporé y me apoyé en el alféizar para mirar más lejos. Desde la boca de la alcantarilla, al otro lado de la calle, tres ratas grises lo mismo que yo.
2. La Insignia se aproxima a otro cambio de letras, de VIII a IX. Que son años. Siete, los primeros, día a día; dos, los últimos, variables. No voy a decir nada sobre cómo, cuánto y a costa de qué, salvo en plan tú mismo y por un comentario que me han hecho y que resumo en titular: Los que se rinden. Ja. Pero cinco,
cuatro,
tres,
dos,
uno,
me muerdo la lengua
paso al post scriptum:
el pulgar en la hoja, y herir para arriba.
3. Café con S. en los Austrias. Nadie tiene palabras que puedan servir para lo que me has contado. Tienes razón, es así, la expresión vida de mierda se queda corta. Pero has hecho lo correcto. Lo demás es suerte, casualidad, que los días pongan algo de su parte. Y si es verdad que toda la razón del mundo no quita un simple dolor de muelas, también lo es que la estupidez ajena no estuvo en tus actos, no está en tu debe ni en tu haber, no merece tu dolor.
4. Vuelvo por Puerta Cerrada y Arco de Cuchilleros. Algo de niebla en la Plaza Mayor, unos cuantos guiris, cruce en diagonal hasta Sal, Postas y luego Sol y Preciados. Poco antes de girar a la derecha para evitar Callao, un guitarrista callejero prueba unos acordes. Es The Passenger, sin clientela, bastante bien. En quince minutos habré llegado. No hay prisa.
— Jesús Gómez Gutiérrez