43 · 30 de enero de 2008

1. No está mal el número. El mismo con el que titulaba hace unos días Antonio, también del 65, y sólo ligeramente mayor o menor que los otros festejados de estas fechas: Charlotte y Rocío, 30 de enero como yo; Vicente, de anteayer, y cierta inglesa con quien compartí media década de 1980, Angela, que cumple su parte el fin de semana. Los invitados a la cena ya conocen el menú: rollitos de primavera, arroz tres delicias, polliterneras con sabor a rata y grandes cantidades de vino y casera en un chino a la altura de nuestro poder adquisitivo.

2. El primer segundo del cumpleaños me ha pillado en Montera, entre las vallas por obras y las «compañeras trabajadoras» del lugar. La primera bebida ha sido whisky con soda. La primera llamada, Natalia. El primer regalo, unas DR. Martens que sustituyen a las viejas (mil gracias, Caro). El primer mensaje, un ofendido del otro lado del charco; que si blas, que si blus, que si los quinientos años. No sé cómo se puede ser tan llorica y tan ignorante, estimado lector, pero podrías explicarme esto: por qué pides cuchillo para Alemania, Italia, España, y algodones y eufemismos para tu país. De los demás debemos exigir, en cualquier situación, igualdad de trato, relación entre pares: respeto. Quien hace otra cosa, insulta a la gente o los llama niños.

3. Salté de la cama y me dirigí al cuarto de baño. Podría describir cada detalle de la habitación sin errores, sin deformaciones, como ocurre a veces cuando lo inesperado se cruza en el camino y en dosis fuera de lo normal. En este caso lo inesperado medía dos metros y pico, tenía un color entre amarillento y pardo y su temperatura era bastante más baja que la mía, que ya es decir. Una serpiente. Viva, aunque inmóvil, entre el colchón y la ventana. La miré, observé a la rubia que seguía dormida y me senté en el suelo. No sé quién puede querer una boa como animal de compañía, pero de todo se aprende.

4. Me despido de Vince en la entrada de su casa, frente al Palacio de Santa Cruz. Nada por aquí, nada por allá y no quedan conejos en la chistera. Sin embargo, cuando abres el portal de ese agujero, tan malo como otros donde vivimos (menos Rosario, de acuerdo) tienes el sol arriba, las torres, los balcones y un edificio del que Robert Bargrave dijo en 1654: «La cárcel de Madrid es tan bonita que parece más apropiada para ser palacio de un príncipe que cárcel de delincuentes». Luego fue Audiencia, y después, que es hoy, Ministerio de Asuntos Exteriores. Salud, amigo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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