El cartel · 19 de julio de 2013

2. A un par de kilómetros, en Alonso Martínez, tres o cuatro mil personas pedían la dimisión del Gobierno. Su concentración se había convocado cuando ya estaba convocada la de Sol, pero en las redes llamaban traidores y sectarios a los autores del cartel. Al final de su acto, los antifascistas fueron generosos y se sumaron a los de Alonso Martínez, como si unos cuantos cientos de personas pudieran corregir el error de los que confunden su clan con la ciudad: para entonces, lo traidor y lo sectario habían crecido tanto que afectaba a todo el que no se hubiera sumado a la protesta. Yo soy uno de esos traidores y sectarios. Un comunista ortodoxo, un anarcoliberal, un revolucionario de salón, un sexista, un purista, un infiltrado, un lo que toque, al igual que los cientos de miles que no estuvieron allí. ¿Será verdad que lo somos? Alguien ha perdido el norte en menos de 140 caracteres.
3. La calle no está en los museos; es expresión de pintada en la pared y de canciones en los trenes de cercanías. La calle no está en asambleas con cultura de tribunas de prensa y filósofos posmodernos. La calle tiene tensión propia, vida propia, tiempo propio y, desde luego, un lenguaje propio que no casa con el vacío de la corrección política y el cliché. Si se escucha la calle, se puede hacer lo que sea; no hay imposibles. Si no se escucha, todo es inútil. Pero prefiero volver al cartel de la antigua DGS: se puso un 18 de julio y hubo gente que, al pasar, inclinaba la cabeza.
Madrid, julio.
— Jesús Gómez Gutiérrez