32 dragones · 9 de agosto de 2013

Al principio, devoraban dioses. No había nada más laico que un dragón. Luego les cambiaron el simbolismo y pasaron a un menú de princesas, doncellas y hombres en general. Dicen que son guardianes, destructores de lo viejo, factores celayísticos de cambio y un prodigio del terror o de la sabiduría, lo cual nos agrada a los que, según el horóscopo chino, echamos fuego por la boca. Y hoy, gracias a Rafael Fraguas, el mejor cronista de Madrid de la prensa oficial, he sabido que en la iglesia de Robledo de Chavela se han descubierto 32 dragones del siglo XV, draco arriba o draco abajo.

Madrid es de dragones; la leyenda dice que su primer escudo tuvo un dragón por el que había en Puerta Cerrada y la historia dice que lo tuvo en el XIX y en la II República. A bote pronto, sin contar arpías y grifos, se me ocurren un par de docenas que decoran fachadas, escaleras, verjas, farolas y portales. Pero treinta y tantos dragones son muchos dragones para un mismo lugar y, si además son del Renacimiento, comparto el entusiasmo del cronista. De ahí mi asombro ante la indignación de algunos de sus lectores: Que en mi ciudad también tenemos; que en mi pueblo, mi barrio, mi provincia, mi casa. Hay que ser verdaderamente corto para ponerse fino contra uno de los escasos profesionales de la prensa que sabe escribir y alimentar la curiosidad, cuando la inmensa mayoría sólo siembra gilipolleces y egos infantiles.

Es cierto; si es por dragones, siempre se escapará uno; sobre todo en nuestro país, con un patrimonio artístico tan grande que nos faltarían vidas para conocerlo a fondo. Sin embargo, 32 deberían bastar para que ese sujeto colectivo conocido como lector se pregunte por lo que le toca. Leer es algo más que consumir; sin inteligencia, se convierte en tragar y contribuye a expulsar el talento de un sistema que ya desprecia bastante la cultura. Un mal lector es un mal ciudadano; un principio de súbdito.

Madrid, agosto.


(Fotografía: Escudo republicano de Madrid.)


— Jesús Gómez Gutiérrez


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