Pistas · 7 de febrero de 2014
I
Se ha puesto junto a un pobre y le ha dicho: «Tutran quedurú». No lo ha entendido. No había nada que entender (no significa nada), y eso es lo mejor que se puede decir de un tipo que se acerca a un pobre y le suelta una parida. Más grave sería que se acercara y dijera algo comprensible lingüísticamente hablando pero incomprensible y ofensivo por fuera de lugar; por ejemplo: «Alégrate, oh desharrapado, que la izquierda confluye». Pero no soy justo. Nadie se dirige a un pobre para decirle eso; sólo se dice cerca y en voz alta, como se dicen otras cosas con más sentido que, sin embargo, por no atacar las bases reales de la pobreza, por despreciar las impotencias de la pobreza o peor, bastante peor, por no alimentar sueño alguno, suenan a «tutran quedurú».
II
Puestos a comparar, el descerebrado del principio es digno de respeto; al menos permite que el pobre piense: «pobre loco, está peor que yo». Y quizás le alegre el día.
III
Afirma Hegel que el búho de Minerva emprende el vuelo al anochecer, es decir, que ninguna época se entiende hasta su conclusión. En términos absolutos, es cierto; en términos relativos, ni relativamente: cualquier víctima de un proceso histórico entiende la parte que le toca. Entonces, ¿a qué se debe la lentitud de la diosa de la sabiduría y de las artes? Minerva no es lenta; está junto a Espartaco cuando se rebela en Capua y con Marx cuando publica el primer volumen de El Capital; está en todas partes, todo el tiempo, a su hora. Pero sus intérpretes son cuestión al margen y, en España, reino del clan y la familia, donde ninguna voz se escucha si no obtiene permiso en los bares y pasillos adecuados, están tan al margen que, cada vez que ven un búho, se asustan y lo disecan.
IV
Ya sin ironía, no se puede cambiar nada grande ni mucho menos cambiarlo a lo grande sin un sueño grande.
Madrid, febrero.
— Jesús Gómez Gutiérrez