Unos chicos · 26 de marzo de 2015
Esta calle no sirve para atajar; tampoco tiene nada importante, en el sentido más turístico de la palabra, ni es de paso obligado para ir a ningún sitio que no esté en la propia calle. Pero la vida pasa por aquí; no discrimina con los trayectos. Y siendo Madrid una cáfila de calles similares, no hay forma de entender su vida que no implique caminarlas en primer lugar y, en segundo, caminarlas con frecuencia, porque la realidad cambia constantemente, y hasta su belleza histórica, los muros, los relieves, la teja y el granito, las columnas, el mármol, las anécdotas de los viejos y grandes escritores que a veces se sienten como fantasmas, paseando con nosotros, está sometida a la reinterpretación del ahora.Me he detenido a mirar una pared y un par de metros de acera. Hace unos días, tras una manifestación, fueron respaldo y asiento de unos chicos a los que habían perseguido, copado y golpeado con generosidad. Su miedo era tan flagrante como el desprecio de los veintitantos antidisturbios que los rodeaban, aunque sobra decir que no apareció en las crónicas de periódicos y televisiones. No era un contenedor tirado en Montera ni una patada a la puerta de un banco, graves delitos contra la estética de la propiedad. Sólo era el miedo de unos cuantos radicales o, peor aún, por proceder de algunos de los que habían estado en esa misma manifestación ―universitarios de las crónicas de periódicos y televisiones―, el miedo de unos gamberros que, en consecuencia, estaban bien así, con el cuerpo lleno de magulladuras y un billete de ida para la celda y el juez. ¿Se puede ser más miserable? Se puede, claro. Y también más estúpido, o no: puestos a elegir entre los derechos de las personas y la paz de los objetos, eligen la paz de los objetos.
Supongo que, si esa subespecie de animistas pequeño-burgueses pasara por esta calle y a esta hora, ya noche cerrada, miraría la basura por recoger y vería al dios de todas las cosas simétricas y políticamente conformes. Pero no suelen pasar por aquí. Son de calles con más índice de audiencia, es decir, de paso, justo las que no ofrecen nada o casi nada de lo que se pueda aprender algo nuevo, empezando por los hechos de la ciudad donde se vive. Además, la mirada se pierde cuando no se ejercita. Como el corazón.
Madrid, marzo.
— Jesús Gómez Gutiérrez