Lecciones viejas · 31 de julio de 2008
Son 50.000 millones de euros al año, según el Banco Interamericano de Desarrollo; una suma equivalente al PIB conjunto de Bolivia, Costa Rica, Ecuador y Nicaragua. Pero no corresponden a las exportaciones ni a otros aspectos de la actividad latinoamericana, sino a la cortesía del quinto país más poblado de la zona: el país de los emigrantes, o si se prefiere, de las remesas. Más de treinta millones de personas que fueron en busca de una vida mejor y cuyos salarios contribuyen, en cualquier caso, a mejorar la situación de su tierra natal.
Hay más de una paradoja en el hecho de que sistemas sociales que expulsan a la población se mantengan con el sudor de los expulsados. No son pocos los que subestiman el valor de las remesas para atribuir su impacto económico al buen hacer del gabinete de turno. Ningún Gobierno renuncia a apuntarse éxitos que corresponden a coyunturas ajenas ni asume éstas como propias cuando vienen mal dadas, que es lo que va a ocurrir si la crisis sigue coqueteando con la recesión.
Según las previsiones de organizaciones poco inclinadas al pesimismo, la pérdida de empleos en Europa y sobre todo en EE.UU. provocará una reducción drástica de las remesas. Una tragedia económica para países como El Salvador, República Dominicana y Guatemala, pero también para gigantes como México. Y una lección que ya se debería haber aprendido: sin colaboración internacional, lo cual implica corresponsabilidad, no vamos a ninguna parte.
Diario Público. Madrid, 26 de julio.
— Jesús Gómez Gutiérrez