La llorera · 2 de agosto de 2008

Hay un hecho común a la mayoría de los que se sorprenden con agresiones callejeras como la del 28 de julio: son gente que han crecido en zonas sin conflicto. De ahí que, cada vez alguien golpea a alguien, salgan tan rápidamente a gritar racismo, xenofobia y otras palabras más o menos tajantes que muy pocas veces explican lo sucedido, y con el detalle desafortunado, por injusto y por necio, de acusar del mal de uno a todo un barrio, a todo grupo social o a todo un país. A los hijos de papá no les gusta la economía, pero la moral les encanta.

El resto es ruido. Aprovechamiento político, que se dice. La derecha siempre llorando por el supuesto aumento de la inseguridad, el lento camino de los medios de comunicación serios hacia la prensa amarilla, ONG que tienen que justificar sus sueldos y presupuestos o bien, si la víctima es un ciudadano latinoamericano (si es de otro continente, Europa incluida, les importa un cojón) el gobierno latinoamericano de turno. Porque esos, como los derechistas nacionales, tienen el lagrimal flojo. Pero es una llorera muy particular: se trate de lo que se trate, riega el nacionalismo. Contra los españoles. Contra los catalanes. Contra los extremeños. Contra los rumanos.

(Leo los titulares de la prensa latinoamericana. El premio del día se lo debería llevar el mejicano Milenio por «Sudacas», odio a la española. Antes de saber cómo y por qué, ya se ha pasado a definir el delito como agresión racista y a responsabilizar al conjunto de los españoles. Luego resulta que entre las que jaleaban a las niñas había una ecuatoriana, y que el asunto era lo que Soitu.es titulaba con ironía: Las chicas también se pegan. ¿Fin de la cuestión? Ni mucho menos. El negocio del victimismo, que tanto subdesarrollo intelectual asegura a América Latina, es demasiado rentable.)

Dicho esto, lo único que ha cambiado en la calle es que ahora hay móviles y las gamberradas se suben a Internet. Los datos policiales no hablan de un país más violento, sino de uno que ha experimentado un fuerte aumento de población en la última década y donde las autoridades contabilizan factores que antes despreciaban, desde las agresiones conyugales hasta los malos tratos en la enseñanza obligatoria. Por eso dicen los tontos que cualquier tiempo pasado fue mejor. Por eso y por el simple, viejo y reiterado vicio generacional de creer que hoy es el no va más o el no va menos, como corresponde, respectivamente, a imberbes y momias.


Madrid, 1 de agosto.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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