Stick 'em up, Johnny · 20 de agosto de 2009

1. Ya he llegado a San Leonardo cuando algún automatismo decide que hace demasiado calor para volver a pie. Digo automatismo porque lo demás, sea lo que sea, está desconectado de la realidad; me ocurre siempre con las películas que superan el espectáculo y se acercan al arte, y este año, hasta este día, sólo me ha pasado con dos: Déjame entrar, de Tomas Alfredson, que a pesar de sus errores contiene poética en estado puro, y Enemigos públicos, de Michael Mann, causante de que esas botas de número 44 o 45, según, se eviten la subida hasta La Palma y bajen por la escalera del Metro. Cine negro, con alma de clásico y un John Dillinger tan vívido como aquella depresión y los primeros años de un fascista de medio pelo llamado J. Edgar Hoover.

2. La salida de Tribunal está llena de niños de papá cómprame otro coche y yo soy un artista, perfectamente crudos a los treinta, aunque también hay chicos de barrio con mirada de talento que no llegarán a nada porque carecen de los registros necesarios (nuestro sistema educativo naufraga en el clasismo) y de padres que puedan ponerles un periódico, enchufarlos al mundo de la cultura o pagarles un ultramegamáster. Claro, siempre hay excepciones; yo conozco algunas, pocas. Pero esta fotografía de Barceló y Fuencarral a las doce y media de la noche, es un recordatorio de cuánto camino le falta a España para parecerse, en lo que debe, a Alemania, a Suecia, a Holanda. Entre tanto, el Gobierno miente con las ayudas a los parados y deja fuera a cientos de miles por una simple y viejísima razón: porque entre ellos no está ninguno de sus hijos.

3. Stick ‘em up, Johnny, dicen que dijo Purvis a Dillinger antes de disparar. Una de esas frases que lo explican todo; la situación real, la violencia real de las partes y el final previsible en una fórmula lingüística de las que enganchan. Pero el ser que aparece en el televisor cuando llego a casa, tiene un trabajo que consiste en lo contrario, en ocultar para engañar, aunque el fin sea el mismo: que levantemos las manos sin ofrecer resistencia. Estoy seguro de que este hombre en concreto, y muchos de los suyos, creen sinceramente en lo que piden. Error. Ningún progresista puede aceptar que nuestro «Estado social y de derecho» dependa de generar economía suficiente a partir de modelos laborales, precios y relaciones que excluyen a un porcentaje brutal de la población. Que lo estamos cambiando, dicen. ¿Para cuándo? Sus palabras se parecen cada día más a la perplejidad de Maria Antonieta ante el hambre: «Si no tienen pan, que coman pasteles».

Madrid, agosto.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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