Un cuento de Madrid · 3 de marzo de 2010
No es un problema de candidatos malos y divisiones internas. Mientras el voto de la derecha se mantenga unido y en niveles similares a los de estos últimos años, la izquierda política no volverá a recuperar la alcaldía ni la presidencia de la CCAA de Madrid. El motivo es simplemente matemático: la derecha política representa a la práctica totalidad de la derecha sociológica madrileña; la izquierda política, sólo a un sector insuficiente, y cada vez menor, del electorado progresista. El PSOE e IU lo reconocen abiertamente cuando toda su esperanza depende de los liberales de UPyD; si crecen bastante y están por echar una mano, el cuento de la lechera podría tener final feliz.Hablando de cuentos, hay uno de los hermanos Grimm que tal vez venga al caso, la Historia de uno que hizo un viaje para saber lo que era el miedo. G. K. Chesterton se refiere a él en uno de sus ensayos para subrayar los peligros de evitar la experiencia literaria del horror a los menores. «Los cuentos de hadas no le proporcionan al niño su primera intuición de la existencia de los espectros –dice-. Lo que le proporcionan, por vez primera, es la intuición clara de que es posible derrotarlos.» El protagonista de la narración de los Grimm carece de esa intuición. Si estuviera en el siglo XXI, organizaría performances en ex cines del centro de Madrid para mayor gloria de intereses especulativos y clasistas; como está a caballo del XVIII y el XIX, es un tipo espabilado y sabe que, mientras no descubra el miedo, tampoco tendrá sentido de la realidad.
Desde un punto de vista político, nosotros, los ciudadanos de izquierda, somos ese chico. Estamos en un claro, rodeados de cadáveres que cuelgan de la horca, y nos parece que oscilan porque tienen frío y quieren arrimarse a la hoguera; nos meten en un ataúd con un difunto que habla y nos quedamos tan frescos. Como la política no es ni más ni menos sórdida que la literatura infantil, comparte con ella el honor de que los difuntos tienden a seguir largando hasta la escena final. Y eso es lo que son, sin ánimo de faltar al respeto, el PSOE e IU: dos cadáveres. Que quizás podrían recuperar la vida, pero que no lo harán mientras sigamos resignados. Que quizás podrían volver a ser útiles, pero que no lo harán, de ningún modo, mientras los votemos como mal menor y nos neguemos a entender que la realidad está fuera, esperando que alguien ocupe todo el espacio que han dejado vacío.
Últimamente se oyen rumores sobre la creación en Madrid de una plataforma de izquierdas. Por mi parte, creo que necesitamos algo bastante más ambicioso que una plataforma coyuntural; pero desde luego, si se quiere impedir otra derrota, no queda otra opción. Madrid es más que la capital de España; es el mejor ejemplo y el aviso más adelantado, aunque aún se niegue, de la crisis terminal de este modelo de izquierda. Tenemos un partido de propietarios, el PSOE, que compite por el espacio del ladrillo con el PP y que, en consecuencia, le regala cientos de miles de votos y se gana la enemistad de todos los que sufrimos en carne propia las mentiras de sus medias estadísticas sobre salarios, PIB per cápita y vivienda; también tenemos los restos del antiguo proyecto de IU, en manos precisamente de los que destruyeron el antiguo proyecto de IU. Hay cierta ironía en que la ocurrencia de Fukuyama sobre el fin de la historia sólo se cumpla por la banda de babor, es decir, por donde teóricamente debería surgir la reflexión y la acción de las utopías positivas. Hasta el viejo debate entre reformismo y revolución ha pasado a ser patrimonio de la derecha, según el método que elija para eliminarnos.
Por si alguno lo desconoce, Jakob Grimm y Wilhelm Grimm no empezaron como escritores de cuentos para niños; eran unos tipos serios, que se encuentran entre los fundadores de la filología alemana y cuyos cuentos se vieron limpiados de elementos crudos y escenas sexuales. No hace falta fisgar en Blancanieves y los siete enanitos para entender por dónde iban; basta con echar un vistazo a la conclusión de la historia, que en opinión de Chesterton encierra «más verdad sobre el verdadero significado del matrimonio que todos los libros sobre sexo que inundan Europa y Estados Unidos»: el chico sólo descubre el espanto cuando se casa y su mujer, harta de estupideces, le echa un balde de agua fría. Pues bien, nosotros tenemos que ser esa mujer, pero divorciada. Ninguna relación tiene futuro cuando se han perdido los intereses comunes y hasta el afecto. No es ninguna broma.
Madrid, marzo.
Publicado originalmente en Nueva Tribuna.
— Jesús Gómez Gutiérrez
Submarinos / Defensa del boicot