La voluntad de aprender · 3 de junio de 2010
De lo particular, a lo general: no es mal concepto; pero en términos de la izquierda política, es un concepto que, con el paso del tiempo y de la incomprensión de cuanto sucedía, pasó a ser de lo particular a lo identitario y de lo identitario, a la nada. Como otros miles de personas, esta semana he sumado mi firma a una campaña de Amnistía Internacional que no llegará a ninguna parte porque afecta a un Estado con amigos poderosos, con un Ejército poderoso y con unos servicios de inteligencia muy capaces de buscar problemas desagradables a casi cualquier país que se interponga en su camino. Esta vez se trataba de Israel. En otras ocasiones, de otros.Nuestra indignación por el ataque a la flotilla que se dirigía a Gaza pesa tanto como cualquier sentimiento sin acción; que cada cual valore cuánto cotizan los sentimientos en política. Y no podía convertirse en acción porque no hay instrumentos que la canalicen. Y no hay instrumentos que la canalicen porque quien debía crearlos, apoyarlos o por lo menos no destruirlos en su empeño por fagocitar, lleva décadas pensando que el término internacionalismo es una cosa que queda bonita en los discursos, pero no un objetivo por el que se deba luchar ni un planteamiento desde el que se deba luchar. Exceptuadas la pasarela de los Foros Sociales Mundiales y alguna experiencia puntual como las manifestaciones contra la segunda guerra del Golfo, para encontrar el último movimiento de carácter internacional y generalizado, tendríamos que retroceder a la década de 1980 y al movimiento pacifista y antinuclear. Luego llegó el tiempo de las identidades y el retroceso a las naciones. Y así estamos.
La voz siempre es mejor que el silencio; incluso sin más acción que una firma aquí y allá, una manifestación aquí y allá y tal vez, en algunos casos, una militancia personal al margen de coyunturas u organizaciones. Eso está fuera de toda duda. Cuando exigimos a la Unión Europea, por ejemplo, que tome decisiones contundentes sobre cuestiones como la mencionada, exigimos lo necesario. Pero esperar que la Unión Europea tome algún tipo de decisión cuando no hacemos nada por crear movimientos de ámbito europeo que puedan presionar a nuestros gobernantes y cambiar las correlaciones de fuerzas, es un acto casi infantil; por muchas veces que se reitere, y en el caso de Oriente Próximo han sido y serán muchas, sólo conseguiremos lo mismo que ahora: lamentaciones y titulares de prensa mientras dure el impacto de la noticia.
Una de las organizaciones internacionales que deciden por nosotros se reúne desde el 3 de junio aquí mismo, en Sitges (Barcelona), a puerta cerrada y en un hotel de cinco estrellas; es el Grupo Bilderberg, un club creado originalmente para estrechar lazos entre EE.UU. y Europa durante la guerra fría con la URSS. Quizás deberíamos imitarlos; no en el secretismo precisamente, sino en la voluntad de influir y de cambiar la realidad, que implica la voluntad de aprender.
Madrid, junio.
Publicado originalmente en Nueva Tribuna
— Jesús Gómez Gutiérrez