Elijan · 6 de mayo de 2011

Obama es un precursor. No lo ha inventado él ni su equipo de Gobierno, pero es la primera vez que se difunde a escala planetaria y en el mayor espectáculo del mundo, la política: una historia de final abierto, donde el espectador puede elegir la que prefiera. Bin Laden estaba armado, estaba vagamente armado, hizo como si quisiera estar armado, estaba vagamente desarmado o estaba desarmado. Incluso hay una versión para gustos más lúdicos, que ha pasado desapercibida a nueve de cada diez periodistas porque no saben distinguir entre una conjunción disyuntiva y una copulativa: Bin Laden estaba esto, eso y aquello; es decir, que todos los finales son posibles a la vez.

Ciertamente, el concepto de vanguardia de Obama no se extiende a los derechos gráficos. La fotografía del muerto es suya y punto; hasta donde sabemos, ni siquiera se ha enseñado a los líderes de los Gobiernos aliados de Estados Unidos en la lucha contra Al Qaeda. Y no es por seguridad: nada impedía meter a esos líderes en un sótano y proceder a cachearlos y desnudarlos antes agitar la imagen al grito de se mira pero no se toca. Se habría evitado el ridículo de individuos como Rodríguez Zapatero, dando explicaciones en el Parlamento a partir de un acto de fe. O tal vez no. Porque también es posible que nuestros líderes hayan sufrido el mal trago de acabar en pelotas para ver una foto; en cuyo caso, la iconoclasia de Obama sería la iconoclasia de muchos.

Los Gobiernos de EEUU siempre han hecho y explicado lo que consideran oportuno, como corresponde a cualquier potencia en el desconcierto de las naciones; pero sin restar importancia a ese hecho, los espectadores de la obra deberíamos ser conscientes de que en la historia de Obama y Osama hemos visto las costuras porque se nos ha presentado de golpe y con el guión sin terminar. Cuando la proyección acabe, echen un vistazo a su alrededor. En otro guión, ya en marcha y perfectamente escrito, se ha decidido que gran parte de la humanidad, sobra. El sistema productivo no los necesita hoy y no los necesitará mañana. Es una historia con dos finales posibles. Elijan.

Madrid, mayo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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