A lo suyo · 9 de mayo de 2011

Una embarcación se hunde junto a la isla de Lampedusa. Lleva a 500 personas que huyen de Libia y que pueden terminar como las 600 que naufragaron la semana pasada frente a Trípoli: la mayoría, ahogadas. Pero ésta vez interviene la otra política, la de la ayuda mutua. Policías, ciudadanos que estaban allí, voluntarios de ONG y hasta algún periodista forman una cadena y los salvan a todos. Es una historia habitual. Ante una situación crítica, la gente reacciona y ayuda. Una y otra vez, porque no son hechos excepcionales, sino situaciones que se repiten frente a las mismas playas, en las mismas rocas, por las mismas corrientes, en los mismos estrechos.

Entre tanto, los Gobiernos siguen a lo suyo. Según el diario The Guardian, la dotación de un portaviones sin identificar se negó a auxiliar a decenas de inmigrantes que llevaban varios días a la deriva. El periódico británico afirma que el único portaviones que se encontraba en la zona era el Charles de Gaulle, pero el Gobierno francés lo niega. Desde la OTAN se dice que tampoco era uno de sus buques. El Gobierno de Malta declara que no se le advirtió de la presencia de los inmigrantes y, en el colmo del yo no he sido, las autoridades italianas rechazan que el helicóptero que les llevó comida y agua fuera de su Guardia Costera. Nadie quiere asumir la responsabilidad de sesenta y tres muertos.

Es posible que todo se reduzca en este caso a un problema de descoordinación; pero la descoordinación es uno de los factores más políticos que se conocen. Los gobiernos de la Unión Europea, capaces de coordinarse para condenar al subdesarrollo económico a países enteros como Grecia y Portugal, no saben hablar entre ellos para salvar a unas cuantas personas.

Madrid, mayo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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