Delirios viejos · 11 de mayo de 2011

Son palabras duras, de indignación y sorpresa, combinadas con chascarrillos a cuenta de la noticia que los da pie. El presidente acusa de «mentir como bellacos» a quienes afirman que su Gobierno ha recortado los derechos sociales. No se trata de un error. No es, como tantas veces en la prensa, una transcripción creativa de las declaraciones de un personaje público. Y en un país lleno de víctimas de los recortes, cuesta encontrar un lector en los comentarios de la noticia que no se acuerde de la familia del señor presidente.

Un día después, en la sesión de control del Congreso, el mismo personaje declara que los españoles no se han empobrecido durante su mandato y que su renta no ha dejado de crecer. La renta per cápita siempre le ha interesado a Rodríguez Zapatero, sobre todo si se excluye el coeficiente Gini y otras consideraciones para lograr el milagro de que un banquero y un mendigo tengan cinco porque el primero tiene diez y el segundo, nada. Suele ocurrir con la realidad política que vive al margen de la realidad común. Confunde el escenario del espectáculo, un Parlamento, una tribuna en una campaña electoral, con el mundo. Pero es una confusión más interesante de lo que parece.

Cuando toda la realidad, o por lo menos toda la realidad políticamente rentable, se creaba a partir de un sector periodístico acotado a los medios de tal o cual partido, un dirigente podía estar seguro de que sus declaraciones serían la realidad o la acotarían en el espacio que él quisiera. No es que las cosas hayan cambiado mucho en ese sentido, pero han cambiado. Todavía se puede hablar para el núcleo duro de los seguidores de una organización, dispuestos a creer lo que les digan porque quieren creerlo o porque no tienen acceso a una información más plural, pero ese núcleo duro, especialmente en la izquierda, ha dejado de ser mayoría suficiente.

Un presidente piensa que su mundo es el de todos. Bueno, ya lo decía Chesterton: «Los que creen de verdad en sí mismos están en los asilos de lunáticos». Más relevante, a efectos del mundo que tenemos, es que su organización esté enferma del mismo mal. Mientras Zapatero hablaba de bellacos y rentas imaginarias, Peces Barba apelaba a los «madrileños resignados» para que sigan el ¡Indignaos! de Stéphane Hessel y José Luis Sampedro y voten al Partido Socialista. Ojalá fuera cinismo. No lo es. En algún momento, entre piscinas, banquetes y especulaciones con la tercera o cuarta casa, la socialdemocracia se convirtió en lo de hoy, una derecha moderna con delirios viejos.

Madrid, mayo.

Textos relacionados: Renta per cápita.



— Jesús Gómez Gutiérrez


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