Equivocarse · 18 de junio de 2011

Este domingo volveremos a salir a la calle; en Madrid, con marchas al Congreso de los Diputados que confluirán en Neptuno entre las 13.30 y las 14.30 h. En principio, nada indica que se puedan producir situaciones parecidas a las del Parlamento catalán, pero estamos sobre aviso. Si se diera el caso, deberíamos ser más conscientes de lo que podemos hacer uno a uno y de lo que podemos perder si nos limitamos a un compromiso estético con el M15M.

En ninguna de las concentraciones, manifestaciones y acampadas que se han llevado a cabo en las ciudades y los pueblos de España, se han producido hechos violentos dignos de mención; al menos, por nuestra parte. Sin embargo, hemos aprendido que no se necesitan hechos para crear una realidad; sólo se necesita una narración verosímil y emisores capaces de hacer pasar esa narración por la realidad misma. Y también hemos aprendido a defendernos. Ahora sabemos que podemos sustituir esa narración por otra, la nuestra, si estamos atentos y utilizamos los medios a nuestro alcance, desde un teléfono móvil hasta una cámara de vídeo, pasando por el viejo e insustituible método de contar lo que vemos con nuestros propios ojos.

Pero no todo es tan fácil. En los sucesos de Barcelona, los grandes medios no estuvieron a punto de romper el M15M porque tengan la exclusividad de la narración oficial y lleguen al conjunto de la ciudadanía, sino porque el conjunto de la ciudadanía les concede credibilidad a priori y, muy especialmente, credibilidad prioritaria frente a otros emisores de información. El motor del mundo es la confianza: qué creemos, a quién creemos; incluso en economía: «crédito» (creditum) siempre ha sido el participio del verbo latino credere («creer»). Y el tiempo es fundamental. Creer tarde, no sirve.

Muchos amigos desconfiaron esta semana del movimiento cuando los grandes medios empezaron a vender su narración. A diferencia de tantos millones de personas, que carecen de acceso a las redes, ellos tenían la posibilidad de formularse la pregunta más sencilla y de informarse después: ¿Dónde estaban las pruebas? Cualquiera que se hubiera tomado la molestia de buscar, se habría dado cuenta de que no existían.¿Por qué no lo hicieron? Porque estamos acostumbrados a que la información se nos sirva en bandeja; a que los profesionales nos digan qué es y que no es real, qué hay que creer.

La única revolución de nuestros tiempos es la informativa. En el siglo XX nos vimos por primera vez en la historia; en el siglo XXI, empezamos a comunicarnos entre nosotros, sin intermediarios obligados, por primera vez en la historia. Pero eso es inútil si nuestra forma de pensar no está a la altura de las herramientas que se nos ofrecen. Debemos utilizarlas, aprovecharlas. Y cuando la verdad sea indistinguible de la mentira, recordemos una norma básica: puestos a equivocarse, los seres libres se equivocan contra los poderosos, no contra las víctimas.

Madrid, junio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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