Dos hechos · 28 de julio de 2011
Los gobiernos cambian. Se irá el de Zapatero y llegará otro igual o peor; Sarkozy quedará en ayer y quién sabe; Berlusconi no estará cuando Italia descubra que Berlusconi estaba antes de Berlusconi y Merkel quedará, quizás, como un mal sueño. Quizás. Porque los gobiernos no son los países. Porque de los países se espera que sean más que los gobiernos. Pero la voz del país llamado Alemania no ha llegado a la Europa mediterránea cuando su Gobierno la incluía en el capítulo de vagos y maleantes y pedía limitaciones de la soberanía nacional a cambio de ayuda.Casi es lo de menos que la ayuda en cuestión sea la ayuda a la banca alemana, entre otras; dejemos eso para la gran política, que por lo visto hasta ahora resulta tan incomprensible para el ciudadano medio alemán, culto, avanzado, todo un logro de la especie, como para el ciudadano medio de Somalia. Lo que no se va a perdonar tan fácilmente, lo que quedará cuando Merkel deje el cargo, es la ausencia de solidaridad y la incapacidad de la sociedad alemana para asumir las responsabilidades de su posición en Europa. La producción industrial no hace grande a nadie; de hecho, nadie exporta sin alguien que importe. En poco tiempo, el silencio alemán ha destrozado lo que la voz alemana había ganado desde 1945.
Sobra decir que la sociedad de Alemania no es la única que ha decidido cruzarse de brazos. Quién habría creído en las décadas de 1980 y 1990 que un Gobierno de la Unión pudiera pedir, sin una condena general, lo que el Gobierno finlandés pidió hace un par de semanas: que Grecia pusiera el Partenón y varias de las islas del Egeo como aval para el nuevo y nuevamente falso rescate. Hay que ser muy valiente para extorsionar a un país lejano, hundido e indefenso. Seguro que el Gobierno finlandés sería igualmente valiente con Rusia. Y que su sociedad permanecería igualmente callada. Y que después, en pago por la solidaridad recibida, los ciudadanos griegos cantarían «El himno a la alegría» junto con sus hermanos finlandeses.
La extrema derecha no ha sido nunca la creación de un grupo de exaltados. Ningún fascismo habría llegado al poder ni habría podido influir en el poder si no se hubiera convertido antes en una alternativa válida para las mayorías silenciosas. Cuando gobiernos como el alemán y el finlandés insultan a sus socios y mienten a sus propias sociedades, siembran el odio y la ignorancia que mañana, si las circunstancias fueran propicias, eclosionarían el huevo de la serpiente. Están destruyendo Europa. Socavan la República de Weimar porque han olvidado dos hechos fundamentales: que a cada época le corresponde su monstruo y que, por muy improbable que sea, lo peor siempre es perfectamente posible.
Madrid, julio.
— Jesús Gómez Gutiérrez
El movimiento de los miles / Despreciable