El verano de mayo · 29 de julio de 2011

El día 26, una mujer con residencia en Puerta de Hierro, que estaba a punto de aumentar la cifra de 300.000 desahucios ejecutados desde el año 2007, se presentó en la asamblea de la Marcha Indignada a pedir ayuda. Unas chicas que habían llegado a Madrid en la marcha de Barcelona, se acercaron a su barrio para escuchar las necesidades de los vecinos afectados y llevar la información a la asamblea, donde se estudiarían las medidas a tomar. En principio, no es una gran historia. Apenas otro caso de vecinos que acuden al 15M porque del sistema político y judicial sólo pueden esperar desinterés y persecución.

Hoy mismo, en La Peseta, el Ministerio de Interior y el Ayuntamiento han enviado ocho vehículos, un helicóptero y a más de cien policías para asegurar el desahucio de una familia que debía 1500 euros de alquiler. Nada asusta más al Estado que la inseguridad jurídica frente a los pobres. Y mientras un puñado de personas intentaba lo imposible y fracasaba en lo concreto, el Estado social de la Constitución de 1975 fracasaba en todo porque no deja ningún espacio a lo posible. La Constitución ni siquiera es papel mojado. Hasta el papel mojado habría creado alguna duda al TC, que el día 26, poco después de que las chicas de Barcelona se dirigieran a Puerta de Hierro, afirmaba que las normas que impiden el derecho constitucional a una vivienda no son inconstitucionales.

El M15M empezó como un movimiento de protesta con unas cuantas peticiones de carácter reformista. En principio, tampoco era una gran historia. Salvo por el hecho de que el M15M estaba dispuesto a escuchar las necesidades de la gente y hacer algo al respecto. Si hubiera pedido la nacionalización inmediata de la banca privada, no habría sido más revolucionario; no lo habría sido porque los límites de nuestro sistema político son tan pequeños, tan absurdos, tan injustos, tan reaccionarios que ante un desahucio en Carabanchel reacciona con la misma tolerancia que dedicaría a un comando de Al Qaeda.

En España, el Estado es una sombra que se limita a gestionar los impuestos de los trabajadores. Tiene lo justo para financiar la policía, el Ejército y unos cuantos derechos a años luz de las prestaciones del norte de Europa. Eso significa que ni está ni se le espera; significa que el simple hecho de empezar a andar convierte al caminante en el germen de una Asamblea Constituyente, porque afronte el problema que afronte, el Estado brillará por su ausencia o no será otra cosa que los escudos de los antidisturbios. Por eso, cuando unas chicas de Barcelona defienden Madrid en el verano de mayo, son inevitablemente la revolución.

Madrid, julio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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