Y a otra cosa · 6 de agosto de 2011

En la Cuesta de Moyano, a los pies de la estatua, una asamblea. Son las ocho menos cinco de la tarde y Atocha está como siempre, más balcón que plaza. Si la vista fuera una referencia válida en Madrid, o si ésta fuera una manifestación de polillas institucionales, la sentencia sería condenatoria: la ciudad se ha dormido; hoy no vendrá. Pero el 15M es, al menos en esta ciudad, la ciudad misma. No es un hecho externo, un compromiso, una interrupción de rutinas o de planes que obliga a estar a una hora determinada en un punto determinado. Surge de la normalidad en el mejor sentido de la palabra. Y cuando la normalidad dice «Atocha a las ocho», dice el Botánico, un bar, Huertas o la estación a las ocho.

Por fin, la asamblea se convierte en marcha, gira alrededor de la fuente, en dirección contraria a las agujas del reloj y enfila el Paseo del Prado. De las setecientas o quizás ochocientas personas del principio se ha pasado a varios miles en un abrir y cerrar de ojos, lo cual confirma que, en Madrid y en verano, los treinta que se ven son treinta mil que no se ven. La ciudad, naturalmente, no se había dormido. Lleva cuatro días y tres noches en la calle. Le duele un poco la garganta de tanto gritar, así que grita con más cuidado y menos tiempo. Le molestan un poco los pies, así que ha cambiado las sandalias por calzado peleón. Pero no va a dejar de andar, no va a dejar de gritar y no va a dejar de salir a la calle.

Todos sabemos que, hacia las diez, el 15M recuperó Sol. Era el único final posible. Nuestras autoridades necesitaron cuatro días y tres noches para aceptarlo porque no tienen ni la más remota idea de qué mueve a Madrid, de qué le preocupa, de qué le apasiona, de hasta dónde está dispuesta a llegar. En eso, Madrid es igual que el resto de España. Nuestras autoridades no nos conocen; viven en sus grandes casas, en sus restaurantes y en sus coches de lujo, sacando la cabeza por la ventanilla como un turista. Pero, paradójicamente, ningún lugar está más lejos del poder que Madrid: el Parlamento, los Ministerios, Presidencia y La Zarzuela son organismos que no viven en la ciudad, sino contra ella. Cómo iban a saber que recuperar Sol era el único final posible.

En otro país, alguien tendría que dar explicaciones por lo que ha pasado desde el 2 de agosto. Como aquí no se van a dar ni corremos el peligro de que esta noche se nos escuche, podemos dejar la política durante un rato y quedarnos con lo hecho. Al final de Alcalá, con la luna en el suroeste, ya sabíamos que íbamos a volver a nuestra plaza. Sol, que debe su sol original a otro acto de rebeldía y de libertad, el de los Comuneros de Castilla, volvía a ser lo que tiene que ser; nosotros, tan normalidad en el activismo como en la caña de un bar, fuimos lo que somos, un capítulo entero de la alegría, es decir, Madrid. Y a otra cosa. Porque si somos realmente Madrid, el ayer ha muerto y el mundo empieza ahora.


5 de agosto.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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