Otras noticias · 9 de agosto de 2011
Un día más de farsa. En el mundo, Londres arde y los políticos británicos hablan de subversión; Chile se prepara para un paro nacional de los estudiantes, reprimidos la semana pasada como en los mejores tiempos de Pinochet; los gobiernos israelíes siguen sembrando vientos y exportando tempestades; se anuncia una nueva recesión o, peor aún, una nueva depresión; el BCE compra deuda como quien compra unos días, porque sólo se trata de eso, y el presidente demócrata más débil de la historia de EEUU cede frente a la extrema derecha en todos los puntos de la línea.Entre tanto, en España, agosto retrata a los que se quieren retratar y a los que preferirían pasar desapercibidos. Rubalcaba propone un acuerdo para reducir los salarios, que ya están por los suelos; por todas partes, los gobiernos de las Comunidades Autónomas atentan contra la educación y la salud y, rizando el rizo, Elena Salgado anuncia más planes de ajuste. Como dijimos en alguna ocasión, es la gran fiesta de las derechas. De las viejas y de las nuevas: no contentos con subvencionar la visita de Benedicto XVI a Madrid, los socialistas alzan la cruz y prohíben la marcha convocada por 140 organizaciones laicas y los cristianos de base.
Por suerte, hay otras noticias. Esta noche, mientras hablaba con una persona que ha decidido unirse a la Marcha a Bruselas, me ha dado por pensar en algunos amigos del pasado. Todos de izquierda, dicen; todos, con el denominador común de estar cerca del poder; todos mudos o inquietos desde el 15M. Por supuesto, son tan culpables de lo que ocurre como nuestros gobiernos; pero lo digo por lo siguiente:
La mayoría de la gente no sale a la calle a cambiar el mundo por las razones del mundo; sale por la familia elegida o de sangre, por el vagabundo de la esquina, por el guitarrista del Metro, por lo más cercano; y cuando se queda en casa, se queda por los mismos motivos; simplemente, decide que los demás son lo ajeno y que lo ajeno no importa. A finales de junio, la persona a la que me refería fue golpeada y detenida en Barcelona. Ninguno de esos antiguos amigos dijo nada en su defensa. No estaban mirando, no estaban, no quisieron intervenir.
Las grandes decisiones económicas y políticas del sistema se basan en millones de decisiones personales como ésa; se acalla un movimiento por amor al status y, un minuto después, se olvida a una amiga. Pero también hay decisiones personales que las combaten. Y también son millones. Cada vez más. Aumentando la fuerza de las manifestaciones, de las concentraciones, de las marchas. Ésa es la verdadera historia de un martes 9 de agosto que, para la prensa y las cadenas de televisión, será la de un lunes negro en las Bolsas.
Madrid, agosto.
— Jesús Gómez Gutiérrez
La soledad de quién / Una función vieja