Fraternidad · 19 de agosto de 2011
He perdido la cuenta de los amigos y conocidos que han sufrido agresiones, amenazas y detenciones ilegales a manos de la policía desde que la gente se quitó el miedo de encima y creó el 15M. Lo que empezó con Natalia Cervera y Alejo Cuervo, traductora y editor de Gigamesh respectivamente, ha seguido esta noche con cierta directora de teatro a quien han golpeado y amenazado con una multa después de que un individuo de azul le exigiera la documentación. Su delito: estar en Sol sin hacer nada. Nada en absoluto.Lo resumo en ellos porque son personas muy queridas para mí. Y cito sus profesiones por un motivo que se nos escapa entre las urgencias políticas y económicas del día a día: España sufre algo más que una brecha creciente entre ciudadanos ricos y pobres, fijos y temporales, ocupados y parados, propietarios y sin propiedad. España también sufre una brecha generacional creciente y una brecha cultural feroz, que no ha surgido ahora, que se abrió en la década de 1980 y que ha crecido hasta el extremo de que casi toda la cultura de calidad que se hace en nuestro país, casi todas las expresiones artísticas e intelectuales dignas de mención, casi toda la vanguardia en el mejor sentido de la palabra está en un exilio interno, excluida, expulsada, negada. A algunos les va mejor y algunos, peor; pero todos sobreviven lejos y a pesar de la España oficial.
Actores, dramaturgos, traductores, poetas, novelistas, músicos, dibujantes, periodistas. Hasta en eso mienten los medios del régimen, que quiere ver en el 15M una revuelta limitada a estudiantes y, en todo caso, parados de larga duración. Mienten porque intentan salvar su negocio, el de una economía de señoritos, una política de señoritos y una cultura de señoritos. Mienten desde la ley electoral hasta los derechos de autor. Mienten con la boca hacia los satisfechos, esperando que su temor a perder las subvenciones, la palmada del ministro, el contrato, el valor de las viviendas, la columna de prensa, el puesto en la ONG o los debates en televisión los convierta en carceleros del resto de los españoles. Y los convierte. Ya lo creo que los convierte.
Esa España no merece la pena; es una de las más grises e injustas de la historia. Hace unas horas, el señor Ramón Jáuregui, el mismo que fue delegado del Gobierno en el País Vasco durante la peor época del GAL, defendía tranquilamente la represión contra los manifestantes laicos. Hablaba para la España de la SER, El País, El Mundo, La Vanguardia, Telecinco. Hablaba como podría haber hablado cualquier otro monigote de nuestra élite; el nombre es lo de menos. Y mientras hablaba para ese país cada vez más pequeño y más despreciable, las contusiones y la humillación de tantos van formando un sentimiento de unión, una fraternidad en la lucha, que ya no se puede romper.
Madrid, agosto.
— Jesús Gómez Gutiérrez
Una función vieja / Un hombre moderno