Su circo · 15 de septiembre de 2011

Por fin, a pocos días del final de las sesiones del Parlamento y a un par de meses de las elecciones generales, el Gobierno recupera el impuesto de patrimonio. Felicidades. Quizá se ha excedido un poco con el chiste, pero ¿no era lo que pedían los desarrapados? Pues ya lo tienen. Más pequeño que antes: sólo para patrimonios de más de 700.000 euros. Menos lucrativo que antes: 1000 millones en lugar de 2000. Y tan temporal que lo es por partida doble: por la intención del Gobierno (sólo hasta el 2012) y porque, en principio, como bien sabe el Gobierno, su contraparte en el circo de liberales contra conservadores lo quitará en cuanto llegue a la Moncloa.

Menos da una piedra, se dirá; sí, es indiscutible, aunque sea en los dientes y con corte de mangas incluido. Además, los pormenores de la representación teatral han servido como recordatorio de lo que el Gobierno actual y el Gobierno futuro entendían por clase media: el 5,2% de los contribuyentes del impuesto antiguo, es decir, los que tenían un patrimonio superior a 601.000 euros o un patrimonio neto mayor de 108.000. Simpático, ¿verdad? Clase media (cómo será la alta). Y mientras se divertían con el mini impuesto pre ex impuesto, dirigido a «reforzar la estabilidad presupuestaria de acuerdo con el principio de equidad» según Salgado, formalizaban la eternización de los contratos basura. El mismo día, tan ricamente.

Llegados a este punto, y a la espera de que repartan narices rojas entre la población que les sigue votando, saltan el BCE, la Reserva Federal de EE.UU., el Banco de Inglaterra, el BNS y el Banco de Japón y generan un pedazo de titular: «Fuertes subidas en las Bolsas tras la acción de los bancos centrales». Ah, espléndido. Qué precios ni qué salarios ni qué desempleo ni qué viviendas ni qué redistribución ni qué gilipolleces de gentes enconadas y sin visión de futuro. Fuertes subidas en las bolsas; remonta el euro; sube el Ibex; mira este globito azul. De todas las vilezas que se atribuyen a nuestra élite, no hay ninguna más injusta que la supuesta intención de engañar: un actor no engaña; interpreta.

Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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