M.G., indigente · 16 de septiembre de 2011

La noticia desaparece con la ventana del navegador, que se ha cerrado sola; hablaba de un ciudadano griego que ha intentado quemarse en protesta por su situación económica. Minutos después, no aparece por ninguna parte; en cambio, aparece ésta, geográficamente más cercana: «Un hombre muere calcinado tras quemarse a lo bonzo en La Molineta» (Ideal. Almería, 2 de septiembre). Según la información, la víctima era un hombre de 47 años, un indigente «identificado como M.G.», que murió antes de que la policía y los bomberos pudieran llegar.

Tras la narración de los hechos, el autor de la nota añade que, durante la última década, seis personas se han suicidado o han intentado suicidarse por el mismo procedimiento en la provincia de Almería. Primero fue una mujer, de 62 años; después, un joven de 33 que se quemó en protesta por su separación matrimonial; a continuación, otro joven, éste de 30 años; más tarde, un hombre de 63 y uno de 47, ambos con depresión y, por último, el propio M.G. Seis personas. En Almería. Y sin dudar del buen hacer del periodista, es lógico suponer que son seis sólo hasta donde pudo averiguar, en función de sus fuentes y de los propios datos policiales.

Pero dejémoslo así. Cinco hombres y una mujer, en una provincia que no llega a los setecientos mil habitantes. ¿Qué ocurre entonces en Madrid, con seis millones? La respuesta es un goteo feroz que va surgiendo a duras penas entre páginas de Internet. «Un hombre se quema a lo bonzo junto al Paseo de la Castellana» (El Mundo, enero del 2010). «Se quema a lo bonzo en Madrid en presencia de su hijo de 26 años» (Cadena SER, marzo del 2004). «La Policía Nacional evita que un joven suicida de 25 años se queme a lo bonzo» en el barrio de Fuencarral (20 minutos, agosto del 2010). Etcétera. Y sin cifras de ningún tipo, aunque eso también es lógico; ahora sabemos que Madrid tiene uno de los índices más bajos de suicidios porque la mayoría no se registran; de hecho, el INE se atreve a hablar de 178 suicidios al año, en plena crisis y por detrás de Galicia y Canarias, cuando en 1980 eran dos al día.

Pobreza, rupturas sentimentales, enfermedades, aislamiento. De repente, alguien se impregna de gasolina y se prende fuego. En algunos casos, la víctima salva la vida o lo que queda de ella gracias a un desconocido que se juega la suya para apagar las llamas: cuando el sistema falla, y éste falla por los cuatro costados, todo se reduce a la ayuda que se pueda conseguir de un desconocido, de alguien que pasaba por allí. Pero M.G., indigente, no tuvo a nadie. Estaba en un descampado. Según la nota de prensa, lo encontraron «carbonizado en posición decúbito supino, de forma que los efectivos sólo pudieron trabajar en el incendio que se había propagado a 25 metros del cadáver y que ha afectado a un matorral».

Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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