Revuelta o revolución · 19 de septiembre de 2011
Desde que se aprobó la Constitución de 1978, España sólo ha vivido un cambio profundo que no surgiera del campo institucional, bien como resultado de las tensiones y negociaciones entre sus distintos grupos, bien como reconocimiento tardío de lo que ya era un hecho cultural en la sociedad española (leyes sobre divorcio, aborto, homosexualidad, etc.): la supresión del servicio militar obligatorio. Pudo haber un segundo con la campaña contra la OTAN, también asociada al movimiento pacifista, pero la dictadura de los grandes medios lo impidió. Y en gran parte, lo impidió porque cometimos el error de respetar las leyes del juego.Con el transcurso de los años, la realidad se ha distorsionado hasta el extremo de que el triunfo de los objetores de conciencia parece poca cosa; se asocia al gran bluf de la prestación social sustitutiva y se reduce a un proceso inocuo. No fue así. No lo fue entonces, cuando aún había muchos insumisos en prisión, y desde luego no lo fue antes. Si llegamos a la época de la PSS y al punto muerto en espera de que una decisión social mayoritaria se convirtiera en ley, fue porque varios miles de personas siguieron el ejemplo de los primeros objetores y participaron en un acto de desobediencia civil que puso en jaque al Estado. Lo hicieron, lo hicimos, a sabiendas de que podíamos terminar en la cárcel. Lo hicieron, lo hicimos, a sabiendas de que a partir de ese momento tendríamos algunas líneas a nuestro nombre en los ficheros de Interior.
Imaginemos que el MOC y los insumisos se hubieran limitado a organizar manifestaciones y concentraciones; en tal caso, el servicio militar seguiría siendo obligatorio en España o habría durado lo que el régimen quisiera. Si hoy nos limitamos a la política de los gestos, no llegaremos a ninguna parte: lo que nos convierte en un problema es la desobediencia civil masiva y organizada. Todo lo demás es perfectamente asumible por el sistema o perfectamente inútil si no está enmarcado en esa estrategia. El 15M es un movimiento más plural, más extenso y con más posibilidades organizativas que cualquier movimiento anterior a Internet, pero se enfrenta a los mismos obstáculos y pelea en el mismo campo. «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo», dicen que dijo Arquímedes. La desobediencia civil es el punto de apoyo.
Hay quien piensa que el 15M se queda en grito; que está, como afirmaba Zizek hace unos días, cerca de la revuelta y lejos de la revolución. Olvidan que la más ingenua de las propuestas puede desencadenar hechos extraordinarios si se convierte en acción y que la mejor de las ideas no sirve de nada sin movimiento, como bien demuestra la izquierda política; pero su crítica es pertinente. Hacemos revolución cuando impedimos desahucios; cuando usamos la Red contra la estafa de la propiedad intelectual en los términos actuales; cuando tomamos la calle y las Bolsas para quedarnos en ellas durante el tiempo que consideremos oportuno. Hacemos revolución y somos más fuertes en la medida en que demostramos con el ejemplo, con nuestras propias vidas, que no aceptamos cartas marcadas. Sin eso, nunca habrá política suficientemente grande. Ni siquiera nos miraran.
Madrid, septiembre.
— Jesús Gómez Gutiérrez